Una multitud de ciudadanos se manifestó ayer en Madrid y otras ciudades de España en defensa de la vida y la dignidad del ser humano. El éxito de la convocatoria es fiel reflejo de que la sociedad española no está dispuesta a secundar los propósitos de una izquierda sectaria que pretende imponer dogmáticamente la reforma de la ley del aborto. Tal vez lo más significativo de este genuino movimiento social sea su planteamiento positivo, como un acto de servicio hacia los más débiles, ya se trate del nasciturus o de las adolescentes a las que se pretende atribuir una capacidad de decisión que puede marcar su futuro para siempre. La izquierda radical procura ofrecer una imagen retrógrada de la Iglesia o de cualquier sector que se oponga a un proyecto injustificable. La falacia consiste en presentar una religión oscurantista y llena de prejuicios como el gran enemigo del mundo moderno y el progreso científico. Es un enfoque intolerable, cuya única explicación sería la ignorancia o la mala fe. En efecto, miles de personas de toda condición ejercieron ayer su derecho a discrepar con un tono positivo y alegre, sin perjuicio de la crítica contundente a una norma contraria a los principios éticos y jurídicos que sustentan la dignidad humana. El silencio de los supuestos progresistas ante el manifiesto promovido por científicos del más alto nivel demuestra también su incapacidad para responder con argumentos al margen de las consignas o de los tópicos al uso.
Tampoco cabe analizar el resultado de la convocatoria en función de la presencia o no de dirigentes políticos. Mientras el PSOE impulsa y promueve el proyecto de ley con sólo contadas voces discrepantes en el ámbito interno, es bien conocida la postura sólida y rigurosa de los representantes del PP ante la comisión del Congreso de los Diputados. Los ciudadanos no necesitan la tutela de los políticos para salir a la calle y expresar su criterio. Lo importante es que los parlamentarios sepan después trasladar a las instituciones ese mandato inequívoco de la opinión pública. El éxito de las citas simultáneas de ayer se debe, sin duda, al esfuerzo y la perseverancia de las organizaciones convocantes, pero es sobre todo el triunfo de una sociedad viva y activa en defensa de una causa justa y legítima. Rodríguez Zapatero tiene el inexcusable deber democrático de escuchar este clamor y no dejarse llevar por intereses partidistas. No obstante, vistos los precedentes, no es fácil esperar que rectifique.
Editorial - www.abc.es
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