¿Por qué se empecina la Iglesia Católica en esa lucha frontal contra el aborto, sea cuál sea la circunstancia en que se produzca?, me preguntan algunas personas bienintencionadas que no entienden la causa de esa defensa de la vida desde el mismísimo momento de la concepción hasta la muerte. Y yo suelo contestar con otra pregunta: Si la Iglesia no hubiese defendido la vida, ¿acaso el aborto no sería un fenómeno generalizado en nuestra sociedad? Si la Iglesia Católica no defendiera unos valores superiores a cualquier ley, incluso constitucionales, sea lo que sea lo que digan esas leyes, ¿quién lo haría?
No resulta fácil ser católico, desde luego. Aunque tampoco hace falta serlo para negarse a comulgar con ruedas de molino. Veamos una que se nos intenta colar en ese lenguaje descafeinado que ahora se utiliza para tranquilidad de las conciencias laicas. El Informe de la subcomisión de la IVE -interrupción voluntaria del embarazo, o sea aborto- llama a las niñas de 16 años «mujeres menores», y así resulta más fácil justificar que puedan abortar sin el consentimiento de los padres.
Como decía ayer López Quintás en estas páginas, yo puedo comprender muchas cosas. Pero esto, no. No entiendo esa especie de necrofilia que padece este Gobierno, empeñado en favorecer el aborto, el suicidio asistido o la eutanasia, que además son cuestiones que nada preocupa a la mayoría de la población. En cambio, de lo que si está francamente horrorizada nuestra sociedad es de los cien mil abortos anuales, que serían muchos más si no se ocupasen de las madres embarazadas la Iglesia, alguna que otra confesión y varias asociaciones y fundaciones cívicas. Resulta chocante que esa política necrofílica sea abanderada por la ministra más joven del Gobierno.
Jorge Trías Sagnier
www.abc.es
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