"Así no se hacen las cosas y además eso no se hace", ha sido la respuesta universal a la machadada de Zapatero, especialista en retiradas, con la ayuda de Chacón que, guiada por la infalible baraka de su mentor y por los instintos paciferos de ambos, hace méritos para suceder dignamente a tan gran maestro. Con tamaña suerte, ¿para qué consultar con nadie o calcular los efectos de la medida? Para Zapatero gobernar es intuir y creer ciegamente en todos los dogmas de la más avanzada progresía, siendo su providencial misión metérnoslos por el gaznate, para nuestro propio bien, que él conoce mejor que nadie.
Y aunque muchos somos los que tenemos que tragar, nadie debe hacerlo tanto como los militares, en proceso considerablemente avanzado de desmilitarización y en manos de una pacifista que parece tener resuelto –en sentido negativo– el dilema zapateril de si España es o no una nación. Retirarse no es maniobra militar menos complicada que la del despliegue y los nuestros van a terminar adquiriendo una inestimable experiencia, aunque tengan que hacerlo recibiendo caballerosa cobertura de aquellos a los que –disciplinadamente pero con gran pesar– dejan en la estacada.
Nuestro Gobierno no reconoció al nuevo Kosovo independiente por razones espurias unas y inconfesadas otras. Exhibió una de sus contorsiones reverenciales a la supuesta soberanía universal de las Naciones Unidas, cónclave de casi doscientas naciones rabiosamente soberanas, cuyo Consejo de Seguridad no había conseguido pronunciarse sobre el vidrioso asunto de la independencia. La realidad era que se avecinaban las elecciones y Zapatero tenía que dar media vuelta en su política de aflojamiento de las ligaduras que unen a España, vía concesiones a ETA y Estatuto Catalán. Aunque las situaciones son sólo falazmente comparables, a ningún separatismo le atormentarían los escrúpulos por aprovecharse en beneficio propio del ejemplo del desmembramiento de Serbia. En aquellas circunstancias no había que echarle más leña al fuego y de nuevo Naciones Unidas, para bien o para mal, sirvieron como coartada para la inacción.
La ruptura de la solidaridad de hecho con la inmensa mayoría de nuestros socios y aliados se palió con la más espléndida incoherencia: nuestras tropas se quedaban para proteger la supuesta ilegalidad que acababa de cometerse. Los cambios en el status jurídico Kosovo implicaron una reorganización del dispositivo internacional. Una vez que España se integra planamente en él, al alimón con los italianos, a Zapatero se le ocurre la genialidad de marcharse y Chacón sentencia, sin encomendarse más que a su omnisciente jefe, que la misión está cumplida.
Por una vez el desconcierto nacional es fiel trasunto del internacional. Todo el mundo se ha quedado pasmado y descontento. Pero los españoles deberíamos estar ante todo intrigados. ¿Será posible que quien nos gobierna sea incapaz de analizar las consecuencias de sus actos antes de tomar una decisión de Estado? O si lo hizo ¿se equivocó o no en sus cálculos? En algunos sí, en todo caso, pues no es posible que pretendiera tal unanimidad reprobatoria. ¿Con qué cara se va a presentar el próximo día 3 en la cumbre de OTAN en Estrasburgo? ¿Mareará sus papeles en una gran mesa vacía mientras sus colegas hacen corrillos alrededor? ¿Es un mérito para que el Grupo de los Veinte se amplíe a veintiuno? Lo que retira de los Balcanes ¿lo va a enviar a Afganistán, para complacer a Obama? Pero otros europeos tendrán que rellenar nuestro hueco en el momento que el presidente americano les presiona para que atiendan a las apremiantes necesidades del lejano país islámico. ¿Acaso es que Zapatero sigue pensando que el mayor interés de estar en la OTAN es boicotearla desde dentro? ¿Cuál será el precio del abrazo de Obama que tanto anhela?
Desesperamos de conseguir explicaciones creíbles, pero el tiempo nos dará algunas respuestas.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.
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