Dicen que durante un par de semanas de este mes de enero, autobuses de Barcelona y Madrid llevarán un anuncio en el cual se podrá leer: «Probablemente, Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida». Nosotros, los cristianos, podemos sacar de dudas a los promotores de esta campaña.
Este ser privado de entrañas y que condena sin misericordia, del cual quieren liberar a la gente y que identifican con Dios, es cierto que no existe. La cosa es mucho más seria, como saben los agnósticos y ateos que han hecho un itinerario de reflexión profunda hacia estas posiciones, y que merecen todos los respetos.
El Dios de verdad que se nos ha dado a conocer en Jesús no es contrario a los seres humanos ni a su felicidad. Este Dios nos ama con un amor entrañable y trata a todo el mundo con un gran miramiento, no desprecia a nadie (cf. Sab 11, 23-26), porque quiere que toda la humanidad se salve y llegue a la plenitud de la existencia (cf. 1Tm 2, 4).
La celebración de las fiestas de Navidad que acabamos de pasar nos recuerdan precisamente que «Dios nos da prueba de un amor fiel» y nos hace conocer el camino de la «felicidad eterna». Con un Dios así, el único Dios digno de este nombre, sí que podemos dejar de vivir «preocupados» negativamente y estar apasionados en hacer el bien (cf. Tt 2, 14) viendo el amor con que somos queridos.
Con un Dios así, sí que podemos «disfrutar de la vida» porque sabemos cómo tenemos que afrontar las contradicciones inevitables a toda existencia humana, como el sufrimiento, y sabemos, también, que la muerte ineludible es la puerta de la plenitud personal.
Josep María Sole
Abad de Montserrat
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