Esa perversa manía que nos hace ver todo a través de nuestro prisma particular convierte el conflicto israelí-palestino en refriega interna española, con la derecha defendiendo a capa y espada la invasión de Gaza, y la izquierda denunciándola en iguales términos. Cuando no estamos ante un conflicto ideológico, sino ante el más viejo y difícil de la humanidad: el de dos pueblos que se disputan el mismo territorio. Algo que sólo podrá resolverse con enormes dosis de realismo, frialdad y dolorosas concesiones por ambas partes.
Sin duda Hamás es el culpable del actual estallido de violencia, con sus misiles contra Israel, que tiene todo el derecho del mundo a defenderse. Pero Hamás no es el origen del conflicto. Es su consecuencia, e incluso si se eliminase a todos sus militantes y dirigentes, surgiría una organización parecida, que haría exactamente lo mismo. Mientras persista la situación actual en la zona, mientras haya tierras y poblaciones ocupantes y ocupadas, tendremos un conflicto que alimenta al extremismo. Entre los árabes, a no aceptar el derecho natural de Israel a existir.
Entre los israelíes, a no desmantelar los asentamientos en los territorios ocupados, como disponen todas las resoluciones de la ONU. Sin que nos hayamos movido de ese punto. Al revés, aumentando la violencia, con Israel ganando todas las batallas, pero no la paz ni la guerra. Y lo que le pasó en el Líbano puede pasarle en Gaza de ir demasiado lejos. Los ejércitos regulares no están hechos para la guerra urbana, calle a calle, casa a casa, habitación por habitación, sin saberse nunca si va a encontrarse un civil o un combatiente, que a veces es el mismo.
Aunque la advertencia es para todos: los árabes no podrán echar a los israelíes al mar. Su ejército es demasiado fuerte y el mundo no lo consentiría. Pero Israel corre otro peligro, puede que mayor: con dos hijos por matrimonio, frente a los cinco que tienen los musulmanes, entre 2040 y 2050 los palestinos serán mayoría en Israel de mantenerse las actuales condiciones. Sus alternativas serían tres: renunciar a la democracia, establecer un apartheid o dejar de ser un estado judío. Inaceptables todas ellas. Israel es, pues, el más interesado en alcanzar ese compromiso, que sólo puede asentarse sobre dos estados que vivan, con todas las garantías, el uno junto al otro. Estuvo a punto de alcanzarlo Rabín con Arafat, pero una bala asesina acabó con su vida y con esa oportunidad. Desde entonces, mandan allí los extremistas, y así nos va.
Sólo me queda añadir que todos los datos de esta «postal» están extraídos del New York Times, al que nadie podrá acusar de antiisraelí. Pero Israel no necesita defensores a ultranza. Necesita auténticos amigos que le adviertan de que su mayor peligro no viene de los ejércitos árabes, sino de la geografía y de la demografía, contra las que hay muy poca defensa. Mientras el peor enemigo de los árabes suelen ser ellos mismos.
Como ven, todo muy lejos de la política doméstica española.
José María Carrascal
www.abc.es
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