En Gaza, las tropas terrestres israelíes deberán enfrentarse a una eficaz guerrilla urbana. Fanáticos bien pertrechados con miles de cohetes Kassam -de fabricación propia-, cientos de proyectiles de artillería Grad de 122 mm, misiles Fajr-3 iraníes e infinidad de armas ligeras y contracarro, morteros y todo tipo de artefactos explosivos improvisados.
Pero también a algo mucho más terrible y en lo que se han especializado los radicales islámicos más extremistas: atentados suicidas.
De enorme efecto psicológico, muy superior a sus secuelas materiales, el suicidio, como forma de enfrentamiento, ha sido una constante en las filas del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás). Durante la Segunda Intifada, entre 2000 y 2005, sus integrantes efectuaron, junto con la Yihad Islámica Palestina, 105 atentados suicidas, provocando la muerte de más de mil israelíes, mayoritariamente civiles.
Amenaza capaz de romper los nervios del soldado más templado, ante la cual sólo hay una medida defensiva eficaz: la distancia. Esa fue la finalidad del muro erigido por Israel que bordea los territorios palestinos. El problema surge cuando, como ahora, se entra en un terreno densamente poblado por 1,5 millones de personas, donde cada habitante es un enemigo y un potencial suicida. Incluyendo a mujeres y niños. Los palestinos, iniciados en este tipo de extremas acciones en 1993, comenzaron a emplear mujeres para cometerlas en 2002. Desde entonces, 22 palestinas se han visto envueltas en atentados suicidas.
Las disposiciones a adoptar son pocas, y no siempre eficaces, ni garantes del cumplimento de la misión. Aplicar exhaustivas medidas protectoras es necesario, pero agotador para las tropas.
Para evitar que los suicidas rompan esa distancia mínima, hay que asegurar con barreras o alambradas cada área que se vaya controlando, imponiendo severos controles de acceso. Zonas seguras que sólo se abandonan para efectuar operaciones rápidas y contundentes de destrucción de armamento o material. O para actuar puntualmente contra líderes o activistas destacados.
Los movimientos se realizan en vehículos suficientemente protegidos, a gran velocidad, bajándose sólo en último extremo. Ante acercamientos sospechosos, se requiere una reacción enérgica.
Es un combate en el que de nada sirve la superioridad material y tecnológica, al no haber objetivos militares claros ni definidos. Enfrentamientos presididos por una prudencia que evite acciones, aunque precisas, moralmente injustificables, si no se desea perder la batalla de la opinión pública.
Choques que sólo tienen una ventaja táctica: los suicidas sólo actúan una vez y son siempre finitos.
Pedro Baños
Teniente coronel y profesor de la ESFAS
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