De todas las antiguas colonias españolas, quizá sea Cuba la que está más cerca del corazón de los ciudadanos de nuestro país. Fueron muchos los que emigraron allí a hacer fortuna, y fue la última porción de América en independizarse. De ahí que los sufrimientos de los cubanos los sintamos mucho más en nuestras carnes que los de otros, y que el medio siglo de tiranía que los oprime sea un tema de debate nacional, como no lo son otras muchas dictaduras del globo.
Cuba ha cumplido medio siglo sometido al dictado de los Castro, Fidel casi siempre, Raúl ahora. Como en Corea del Norte, la "representación del pueblo" en las repúblicas populares ha resultado ser hereditaria. Ambos llegaron a La Habana hace cincuenta años prometiendo la restauración de las libertades y de la democracia, pero ahogaron las esperanzas de los cubanos sometiéndolos a una férrea dictadura comunista, que era la manera más segura que tenía Fidel Castro de evitar que le hicieran a él lo mismo que él le hizo a Batista. Siempre anheló el poder, y no hay poder más absoluto que el de quien está en la cúspide de un sistema totalitario.
Así, los Comités de Defensa de la Revolución, los infames CDR, se encargan de informar sobre el comportamiento de los vecinos en cada manzana. Nada debe escapar de los ojos del régimen. Ninguna actividad, ninguna queja; nada. Aquellos que se revelan ante la miseria y la opresión sufren las iras del régimen, que los encarcela y los difama de mil maneras. Aquí, en España, también una parte considerable de nuestra izquierda colabora con ellos. Justificando cada fechoría y cada fracaso, copiando las coartadas de la propaganda del régimen y llamando "gusanera" a quienes tuvieron que abandonar su patria para no ser encarcelados o asesinados por héroes como el Che. Son unos CDR sin los cuales es probable que la inhumana dictadura comunista no hubiera podido sobrevivir.
Porque efectivamente, el apoyo internacional de una parte considerable de la izquierda de España y del resto del mundo ha sido el oxígeno que ha permitido respirar al régimen y, por tanto, ahogar a los cubanos. La falta de firmeza por parte de los gobernantes de los países democráticos, la falta de apoyo a los disidentes o la ausencia de un vacío diplomático contra el régimen han ayudado a que la dictadura sobreviva medio siglo. Especialmente grave ha sido en España el silencio, en el mejor de los casos, de los distintos gobiernos ante las inversiones de empresas de nuestro país en Cuba, donde sus trabajadores cubanos padecen unas condiciones que curiosamente jamás denuncian los antiglobalización, siempre tan atentos a las fábricas de empresas estadounidenses en Asia.
Hoy, mientras muchos anhelan regresar o contemplar por primera vez una Habana en libertad, otros muchos defienden que siga siendo esclava. Defender al pueblo cubano implica desear la pronta desaparición de la dictadura. Es imposible una cosa sin la otra; y los "intelectuales" y "periodistas" que continúan apoyando a los Castro seguramente lo sepan perfectamente. Pero frente a su onanismo ideológico, las personas de carne y hueso y sus sufrimientos nada importan.
Editorial de Libertad Digital
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