sábado, 27 de setembro de 2008

El galán que quiso ser canalla

(Foto: Reuters)

Tenía todos los papeles para convertirse en un galán de Hollywood, pero prefirió ser un canalla. Empeñado en huir del estereotipo de guaperas, optó por la vía menos fácil: que su incuestionable belleza y sus epatantes ojos quedaran en un segundo plano, que lo que brillara fueran sus interpretaciones. Y lo logró. Porque cuando se piensa en Paul Newman, viene a la cabeza el preso indomable capaz de comerse 50 huevos, el timador de las carreras de caballos o el millonario heredero que, incapaz de asumir responsabilidades, se refugia en el alcohol.

«Un tipo que intentó ser parte de su tiempo, que intentó que la gente se comunicara con los demás, que buscó algo de decencia en su propia vida, que quiso crecer como ser humano. Alguien que no es conformista, que no transige». Así, como persona y no como mito, quería ser recordado Paul Newman. Pese a ello, pasará a la historia como la leyenda de Hollywood que fue y que un cáncer nos arrebató a los 83 años.

Actor, director, guionista, productor. Aspirante a piloto militar que no pudo serlo por daltonismo. Licenciado en Economía que prefirió los teatros a la Bolsa. Propietario de una marca de productos ecológicos con fines benéficos. Apasionado de las carreras de coches. Filántropo preocupado por los niños. Casado con una actriz de Hollywood durante más de 50 años. Padre destrozado por la muerte de su hijo por sobredosis. Cada una de las facetas de su vida daría para contar una historia en la gran pantalla. Todas tendrían en común el idealismo que llevó a Paul Newman a no permanecer quieto ni un segundo durante 83 años.

Paul Leonard Newman nació el 26 de enero de 1925 en Cleveland (Ohio), en el seno de una familia de 'nuevos' estadounidenses, aquéllos que viajaron desde Europa para establecerse en la América de las oportunidades. Su padre, de origen judeo-alemán, y su madre, de raíces húngaras, regentaban un negocio de artículos deportivos con la idea de que algún día fueran sus hijos quienes se ocuparan de la tienda. El destino de Paul Newman parecía claro, sobre todo después de finalizar la carrera de Ciencias Económicas. Pero viró en su camino.

No era la primera vez que se rebelaba contra su 'destino'. Cuando apenas tenía 17 años se alistó en la Marina con la idea de convertirse en piloto, pero el daltonismo que entonces se percató que sufría no le dejó ponerse a los mandos de un avión.

Sus obligaciones como padre de familia —en 1949 se casó con Jackie Witte, con quien tuvo tres hijos— no impidieron que pusiera rumbo a Nueva York para cumplir el sueño de convertirse en actor, no sin antes verse obligado a ejercer de comercial, jornalero en una granja y hasta 'sparring' de boxeo. Debutó con éxito en Broadway en 1953, con la obra 'Picnic'. No tardaron en llegar ofertas para el cine, con el denominador común de ser muy poco apetecibles. Finalmente aceptó protagonizar 'El cáliz de plata', su estreno en la gran pantalla y película de la que se arrepentiría toda la vida, y por la que incluso llegó a pedir disculpas.

'Marcado por el odio' (1956) enderezó su carrera, que desde entonces no cesó de cosechar éxitos: 'La gata sobre el tejado de zinc' (las obras de Tennessee Williams fueron cruciales para su carrera), 'El zurdo', 'Un marido rico', 'La ciudad no es para mí', 'Desde la terraza' o 'El largo y cálido verano', en la que coincide con Joanne Woodward, la actriz que sería su segunda esposa, con quien tendría otros tres hijos, y que lo acompañaría hasta el final de sus días. Interrogado una y otra vez sobre cuál era el secreto de su matrimonio, Newman bromeaba diciendo: «No sé qué me pone Joanne en la comida». Para luego confesar que le parecía absurdo «salir a buscar hamburguesa teniendo filete en casa».

Lejos de explotar su faceta de guapo, y a pesar de que en sus inicios le confundían Marlon Brando (llegó a rubricar más de 500 autógrafos con la firma: «De Marlon Brando, con los mejores deseos»), Newman prefirió alejarse de la imagen de 'sex symbol'. Hasta rechazó un papel en 'Ben Hur' por considerar que sus piernas "no lucirían bien" con el atuendo de romano. El intérprete prefirió que en sus apariciones en la gran pantalla su principal baza no fuera el físico.

'Dulce pájaro de juventud', 'Cuando se tienen veinte años', 'El premio', 'La ciudad no es para mí', 'Desde la terraza', 'Éxodo', 'Harper, detective privado', 'Cortina rasgada', 'La leyenda del indomable', 'Dos hombres y un destino', 'El golpe'... Paul Newman trabajó con los directores más importantes de la segunda mitad del siglo XX y, además, se atrevió a colocarse tras la cámara hasta en siete ocasiones, si bien fue con 'El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas' la película con la que logró colarse en la lista de actores respetados como realizadores.

En 50 años ininterrumpidos de profesión, las malas rachas eran inevitables. La peor para Newman sobrevino en los 70, con la participación en películas como 'Aeropuerto' o 'El coloso en llamas'. Sidney Lumet acudiría al rescate del actor, y le daría su séptima nominación al Oscar con 'Veredicto final'. Pero no sería hasta la llamada de otro grande a la puerta de Newman cuando el actor conseguiría la única estatuilla no honorífica de su vida (ganó tres en total): fue en 1986 con su interpretación del ex campeón de billar Eddie Felson en 'El color del dinero'. No sería su última nominación: en 2002, con 'Camino a la perdición', lograría su novena candidatura al Oscar, y la primera como actor secundario.

El cine no fue la única faceta destacada de su vida. Preocupado por los más indefensos, participó en diversas iniciativas sociales en favor de los niños, incluso fue nombrado 'padre del año' por Unicef. Precisamente la pérdida de su hijo Scott por sobredosis le llevó a crear la Fundación Scott Newman. El actor deja además como legado Newman's Own, empresa dedicada a la alimentación ecológica cuyos beneficios se destinan íntegramente a labores benéficas.

También coqueteó con la política, apoyando a los demócratas y engrosando la 'lista negra' de Richard Nixon durante el escándalo Watergate, «el mayor honor que he recibido en mi vida», bromeaba Newman.

Pero no todo iba a ser dedicación a los demás: Newman cultivó hasta casi el final de sus días su otra gran pasión: los coches de carreras. Propietario de un escudería de Cart, logró un segundo puesto en las 24 horas de Le Mans de 1979, al volante de un Porsche 935. Su pasión por el motor quedó reflejada en su última 'aparición' en la gran pantalla: puso voz a Doc Hudson en 'Cars'. Larga vida al indomable, larga vida a Paul.

Elena Mengual
www.elmundo.es

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