domingo, 28 de setembro de 2008

El tesoro de "La Mercedes"

Grabado que muestra el hundimiento de la fragata La Mercedes (Museo Naval - Madrid)

A principios de 1804, la fragata española Mercedes fue hundida por la marina inglesa frente a Cádiz. En la nave viajaban la madre y siete hermanos de Carlos de Alvear. Y, también, un tesoro que algunos llegan a valuar en 500 millones de dólares, que la empresa Odyssey Marine Exploration habría encontrado hace poco tiempo y que el gobierno español le exige restituir.

A fines de mayo de 2007, el juez Mark Pizzo, del juzgado distrital de Tampa (Florida, EE.UU.), se encontró con un caso más que inusual. Se trataba de una demanda del gobierno español contra Odyssey Marine Exploration exigiendo la restitución de tres tesoros hallados por esta empresa en el océano Atlántico y en el mar Mediterráneo. Uno de ellos, identificado por Odyssey como Black Swan, o "cisne negro", es el tesoro más grande hasta ahora descubierto en el fondo del mar.

Se trata, por ahora, de 500.000 monedas de plata (alrededor de 17 toneladas), cuyo valor algunos estiman exageradamente en 500 millones de dólares (el valor actual de mercado de 17 toneladas de plata no excede los 10 millones de dólares). Un mes antes, un robot submarino de Odyssey había encontrado este tesoro, a casi doscientos metros de profundidad, en aguas internacionales, frente a las costas de España y Portugal. Cuando Odyssey anunció el descubrimiento del Black Swan el precio de sus acciones se duplicó. Según el gobierno español, se trataba de la Mercedes, una fragata española hundida frente a Cádiz en un combate naval con la marina inglesa el 5 de octubre de 1804. En España se dice de los ejecutivos de Odyssey que constituyen una versión moderna de los piratas del Caribe.

La causa judicial todavía sigue abierta y se esperan definiciones en las próximas semanas. Detrás está un episodio clave de la historia de Europa y América que hoy puede afectar a los cientos de descendientes de quienes transportaban sus ahorros en la Mercedes. La historia comenzó a principios de 1804, cuando, luego de una breve paz, Europa se encontró nuevamente en guerra.

Siempre afecto a las empresas ambiciosas, Napoleón estudiaba seriamente la idea de invadir Inglaterra y amasaba un gran ejército en Boulogne. El gobierno inglés observaba estos preparativos con alarma. También notaba con preocupación la incipiente alianza entre Napoleón y España. Lo que le preocupaba al primer ministro William Pitt "El Joven" era que el emperador francés utilizara el oro y la plata procedentes de América para financiar su ejército de invasión.

A mediados de 1804, Pitt recibió información sobre el inminente arribo a aquel puerto de una escuadra procedente del Perú con un valioso cargamento de oro y plata. El primer ministro inglés decidió interceptar el convoy antes de que llegara a España y cayera en manos de Napoleón.

Siguiendo sus órdenes, el Almirantazgo encomendó esta delicada misión al capitán Graham Moore, al frente de cuatro buques de guerra. En ese momento, tres naves españolas, la Clara, la Asunción y la Mercedes, se disponían a zarpar de El Callao bajo el comando del vicealmirante Tomás de Ugarte. Su destino final era Cádiz. A principios de agosto la escuadra recaló en Montevideo. Allí se le incorporaron la Medea y la Fama, dándose de baja a la Asunción. También se embarcaron José de Bustamante y Guerra, saliente gobernador de Montevideo, y varios pasajeros, entre los que se encontraban algunos antepasados del autor de este artículo.

Uno de ellos era don Diego de Alvear y Ponce de León, capitán de navío de la marina española que regresaba a España luego de casi treinta años de servicio en América del Sur, en compañía de su esposa, la porteña María Josefa Balbastro, ocho hijos (cuatro mujeres y cuatro varones), un sobrino y cinco esclavos. Todos ellos se embarcaron en la Mercedes. Pero por esas cuestiones del azar, un día antes de zarpar de Montevideo, don Diego transbordó a la Medea como segundo jefe de la escuadra, ya que una grave enfermedad obligaba a Ugarte a permanecer en tierra. Lo acompañó su hijo Carlos de Alvear, cadete del regimiento de Dragones de Buenos Aires, que tenía entonces 16 años. La Medea llevaba, además, un valioso cargamento de Juan Esteban de Anchorena, mientras que en la Clara viajaba el abogado cordobés Narciso Lozano y Goyechea (ambos antepasados del autor). Ninguno podía imaginar lo que les depararía el destino.

Desde fines de septiembre de 1804, el capitán Moore patrullaba la costa de Algarve en busca de su presa. En la mañana del 5 de octubre, finalmente logró interceptar las cuatro fragatas españolas. A través de un mensajero, Moore informó a Bustamante que tenía orden de apoderarse de sus buques y llevarlos a Inglaterra, incluso por la fuerza si era necesario. Al negarse el comandante español a cumplir estas órdenes, se desató un intenso combate entre ambas escuadras -en el que el capitán Alvear tuvo un papel importante como segundo de Bustamante, que estaba enfermo, y en el que su hijo Carlos recibió su bautismo de fuego-. A poco de iniciarse la acción, la Mercedes recibió un cañonazo en su santabárbara y voló por los aires: instantáneamente, murieron la señora de Alvear, sus siete hijos y otros casi doscientos cincuenta pasajeros y tripulantes. Desde la Medea, Alvear padre e hijo fueron testigos de esa espantosa tragedia. Pero ni siquiera tuvieron tiempo para llorar, ya que el combate se hizo cada vez más intenso. La Medea tuvo que enfrentarse sola con dos fragatas inglesas que luego de un intenso cañoneo le provocaron más de cincuenta bajas y la dejaron completamente desmantelada. Ante esta situación, Bustamante decidió izar la bandera blanca. El capitán Moore luego visitó la Medea para presentar sus respetos al jefe español y conoció a Diego de Alvear, a quien le expresó "su tierno y vivo sentimiento" por la pérdida que había sufrido. El propio Moore admitiría que apenas pudo "soportar mirarlo a los ojos."

Un aventurero

Las tres fragatas sobrevivientes, con todo su cargamento y sus pasajeros, fueron llevadas a Inglaterra, adonde arribaron a fines de octubre. La mayor parte del cargamento que llevaban, más de tres millones de pesos fuertes, quedó en poder de la corona inglesa. Nunca Albión pareció más pérfida. Sin embargo, la tragedia de Diego de Alvear causó gran impacto en la sociedad londinense, que, avergonzada, lo trató con la mayor consideración. George Canning, entonces tesorero del Almirantazgo, se encargó personalmente de gestionar una indemnización de 12.000 libras esterlinas, en compensación por los caudales que había perdido en la Mercedes (Diego de Alvear sólo recibiría la mitad de esta suma, equivalente a alrededor de medio millón de dólares de hoy). A fines de 1805, don Diego regresó a España luego de contraer matrimonio con Luisa Ward, una joven inglesa de 19 años con la que tendría casi tantos hijos como con su infortunada Josefa Balbastro. A su hijo Carlos le costó más sobrellevar la tragedia. La muerte de su madre, tres hermanos pequeños y cuatro hermanas le provocó una aversión a los ingleses que no disminuyó con el paso del tiempo. Algunos historiadores se empeñan en presentarlo como un anglófilo, basándose en una carta a lord Castlereagh que nunca fue entregada. La realidad es que en los albores de la Independencia, los comandantes ingleses en el Río de la Plata siempre lo consideraron un "aventurero" con ideas jacobinas contrarias a los intereses de Inglaterra y nunca confiaron en él. "Quiere mal a los ingleses y la política de su partido apenas lo induce a mostrarse educado con ellos", observó el cónsul norteamericano Joel Roberts Poinsett. Un viajero inglés que conoció a Alvear en 1820 advirtió que "si experimenta cierta antipatía hacia nuestro país, ello se debe a esta terrible catástrofe". Cuatro años más tarde, cuando Alvear visitaba Nueva York en misión diplomática, le presentaron a un oficial inglés que comenzó a hablar sobre el fatídico combate de Santa María, en el cual había participado. "Yo perdí a toda mi familia en la fragata Mercedes", lo interrumpió Alvear, poniendo así fin a la conversación. Después de 20 años, los recuerdos de esa tragedia aún lo conmovían.

Más allá de la desgracia personal de los Alvear, el combate de Santa María tuvo importantes consecuencias geopolíticas. Al poco tiempo, España le declaró la guerra a Inglaterra. Napoleón, a su vez, abandonó sus planes de invasión de las islas británicas y marchó hacia Viena con su ejército para frenar una ofensiva austrorrusa que amenazaba sus espaldas. Para fines de 1805, habían tenido lugar las batallas de Austerlitz y Trafalgar. La primera dejaría a Napoleón en control del continente y la segunda a Inglaterra como dueña de los mares. Con España aliada a Francia, el gabinete inglés continuó evaluando planes para apoderarse de las colonias de aquélla en América. A principios de 1806, una fuerza expedicionaria inglesa intentó ocupar Buenos Aires. Aunque en esos momentos Napoleón se encontraba en campaña en el norte de Europa, esta incursión inglesa en América del Sur llamó su atención. El bloqueo continental que había impuesto para estrangular comercialmente a Inglaterra era inútil si las manufacturas inglesas lograban penetrar los vastos mercados de las colonias españolas. A partir de entonces, el control de estas posesiones se convirtió en un objetivo estratégico para ambas potencias.

El tesoro

Esta es en resumen la historia del último viaje de la Mercedes, de su impacto sobre la familia Alvear y sobre las guerras napoleónicas. Ahora volvamos al tesoro. Según los registros españoles, la escuadra española transportaba algo menos de 5 millones de pesos fuertes en sus bodegas, principalmente en monedas de plata y de oro. De este cargamento, casi un tercio, todo en monedas de plata, pertenecía a la corona española. El resto era propiedad de particulares, principalmente comerciantes de Cádiz, Buenos Aires y Lima. Se estima que, de esta suma, una cuarta parte se hundió con la Mercedes.

Según reportó El País de Madrid en abril de este año, el juez Pizzo exigió a Odyssey que revelara la identidad del barco o bien la hipótesis más probable.

Durante meses la empresa sostuvo que las pruebas eran contradictorias. También se negó a revelar el lugar donde había encontrado el tesoro. Una de las claves de esta batalla judicial que se libra en el juzgado de Tampa es el estatus legal del buque al momento del hundimiento. Si la Mercedes cumplía operaciones militares, el gobierno español tendría más probabilidades de ganar el caso. Si, como sostiene Odyssey, simplemente transportaba los ahorros de particulares, la cuestión cambia. En principio parecería que la Mercedes no cumplía una misión militar, ya que España en ese entonces no estaba en guerra con ningún país y sólo una cuarta parte de su cargamento pertenecía a la corona. Según el diario madrileño, Odyssey podría ofrecer a los descendientes de aquellos que perdieron sus ahorros en la Mercedes la posibilidad de participar en el reclamo, para así reforzar su posición. Sin embargo, no está claro que Odyssey pueda ganar el caso tan fácilmente y recuperar los varios millones de dólares que invirtió para encontrar y recuperar el tesoro. Así aparentemente piensan los inversores, ya que la acción de la empresa ha caído a la mitad del pico alcanzado en mayo de 2007, cuando se anunció el descubrimiento del Black Swan.

Además, con el paso del tiempo van apareciendo nuevos "dueños" del tesoro de la Mercedes. Recientemente, The New York Times publicó un editorial en apoyo de los derechos del Perú sobre ese cargamento. Quizás alertado por este editorial, el gobierno peruano solicitó al juez Pizzo toda la información relativa al caso. Seguramente, otros se irán sumando a los reclamos. Se rumorea que Inglaterra también se presentará a cobrar las 6000 libras que le pagó a Diego de Alvear como indemnización.

Independientemente de lo que decida el juzgado de Tampa, el hundimiento de la Mercedes no sólo fue una tragedia para muchas familias, sino que marcó un punto de inflexión en la historia. Muchas cosas habrían cambiado en estos últimos doscientos años en Europa y en América si en octubre de 1804 don José de Bustamante y Guerra hubiera arribado a Cádiz con su escuadra intacta.

Emilio Ocampo
La Nación

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