domingo, 14 de setembro de 2008

Maldita desobediencia

El muy piadoso régimen de Fidel Castro acaba de anunciar que los siete cubanos muertos durante el paso del Ike por la isla no son víctimas de este huracán. Lo son de su propio carácter. Han fallecido por «la falta de observancia de las medidas del sistema de la Defensa Civil», nos ilustra La Habana. Han muerto por desobedientes. En la dictadura más coqueta, la desobediencia tiene efectos nocivos que van desde la molestia a la defunción. Cincuenta años de experiencia lo avalan. Si en la Cuba buena de Fidel y Raúl a alguien le pasa algo malo, se lo merecía. Quién cumple las consignas del régimen, en pensamiento, palabra y obra, está a salvo de todo mal, incluido ese huracán mariconsón con apodo de presidente norteamericano. Es el poder volcado en proteger a la ciudadanía.

Da gusto saber que en Cuba como en España el poder es infalible. La propaganda allí como aquí nos sabe transmitir que la discrepancia conlleva pecado y penitencia. Allí -todos caribeños y rumbosos- los métodos de extirpación de tumores intelectuales son más teatrales. Te meten en la cárcel. Aquí, que somos leoneses y sobrios, nos apañamos con la faena administrativa, el insulto y, para los peores, la muerte civil. Aunque nuestros santos laicos compartan la condición de asesinos en serie -el Ché Guevara y Santiago Carrillo-, el clima marca aun la diferencia. Eso sí, somos hermanos. Las miserias nos las impone el cruel imperialismo americano. Ante tamaña vileza, los obedientes saben que hay que comer patriotismo. Nuestro vicepresidente Solbes, todo un valiente, ha descubierto en la ancianidad del funcionario, el mensaje juvenil de Pol Pot. Antes negaba una crisis. Hoy recomienda una recesión para «limpiar» la economía. Quien proteste o muera en el experimento, mal hecho. «Habrá desobedecido las órdenes del sistema de Defensa Civil»

Hermann Tertsch

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