Las formas de gobierno que a lo largo de la historia han perseguido las religiones en general, y al cristianismo en particular, se han revelado como crueles no sólo contra el homo religiosus sino también contra el agnóstico o el pasota. He ahí una razón para preocuparse por los gobiernos que están obsesionados por limitar las formas de vida religiosa, por ejemplo, el español con el cristianismo.
Muchas maneras tenemos de hacernos cargo de ese ataque de los socialistas a los cristianos, hoy considero relevante la permanente manía del Gobierno español por asociar arbitrariamente religión a integrismo y, sobre todo, equiparar religiones como si éstas fueran todas iguales. Creo que tanto la equiparación sectaria como la asociación arbitraria de religiones revelan, aparte de una gran maldad política, un horroroso analfabetismo.
Es tan horroroso ese analfabetismo que si una pensadora como María Zambrano, pensadora exquisita sobre la relación del hombre con lo divino, volviese a la vida y se viese citada por los socialistas, según acostumbran a hacer de modo demagógico los jerarcas socialistas y sus cómplices intelectuales, se volvería espantada de nuevo a su tumba. Ha sido, precisamente, esta pensadora quien nos ha enseñado que una calidad de una cultura depende de la calidad de sus dioses, sí, "una cultura depende de la configuración que lo divino haya tomado frente al hombre, de la relación declarada y de la encubierta, de todo lo que permite se haga en su nombre y, aún más, de la contienda posible entre el hombre, su adorador, y esa realidad; de la exigencia y de la gracia que el alma humana a través de la imagen divina se otorga a sí misma".
Por lo tanto, quien no es capaz de distinguir entre dioses, difícilmente distinguirá las singularidades de los hombres y su cultura. Por ejemplo, quien no haya reparado en la racionalidad del cristianismo, en el inmenso aporte de esta religión a nuestras formas más desarrolladas de civilización, estará despidiéndose, definitivamente, de la cultura. ¿Cómo van a ser lo mismo todos los dioses? Mas si la cita de Zambrano no fuera suficiente para nuestros analfabetos gobernantes, me gustaría recordar esa gran sutileza, ese matiz entre los más refinados matices, del cristianismo que consiste en predicar lo racional de algo irracional. Rudolf Otto lo vio con precisión al inicio de Lo Santo, en el siglo veinte, sin duda alguna, uno de los libros más importantes que se han escrito sobre la religión cristiana:
Para toda idea teísta de Dios, pero muy precisamente para la cristiana, es esencial que la divinidad sea concebida y designada con rigurosa precisión por predicados tales como espíritu, razón, voluntad, voluntad inteligente, buena voluntad, sabiduría y otros semejantes; es decir, por predicados que corresponden a los elementos personales y racionales que el hombre posee en sí mismo, aunque en forma más limitada y restringida. Al mismo tiempo, todos esos predicados son, en la idea de lo divino, pensados como absolutos; es decir, como perfectos y sumos. Estos predicados son, empero, conceptos claros y distintos, accesibles al pensamiento, al análisis, aun a la definición. Si llamamos racional al objeto que puede ser pensado de esa manera, hemos de designar como racional la esencia de la divinidad descrita en dichos predicados, y como religión racional, aquella religión que los reconoce y afirma. Solo por ellos es posible la fe como convicción en conceptos claros, opuesta al mero sentimiento.
Sin embargo, no creo que Zambrano y Otto sean muy respetados por los intelectuales socialistas. Para el laicismo socialista la idea de Dios, naturalmente, la idea del Dios católico que es, según la propia María Zambrano, la más racional de la historia entera de la filosofía es equiparable a la idea de Dios de otras religiones. Eso en el mejor de los casos, porque en el peor, según reconoció la propia Zambrano, es utilizada como si fuera un pedrusco que le tiraran a uno a la cabeza. Ello viene de ese algo muy español, que es el usar las palabras más bellas, más esperanzadoras, más respetables, como si fueran pedruscos. Y es que el socialismo ateo prefiere el pedrusco que vivir en tensión permanente entre lo natural y lo sobrenatural, entre el hombre y lo más racional. Eso exige esfuerzo, pensamiento, en fin, cultura.
Por fortuna para la cultura occidental, el cristianismo, ese que tanto desprecian los relativistas, sigue siendo la única religión que concede al mundo histórico-profano, incluida la modernidad, un valor inmanente. El cristianismo es, pues, una religión laica, porque no sólo deja un lugar privilegiado a la vida laica, a la vida libre, sino que la implica de una manera indirecta en la salvación. Aunque no sea esa la menor aportación del cristianismo a la cultura occidental, el político moderno no menos que el llamado intelectual de izquierda no han querido saber nada de esa libertad que traía aparejada el cristianismo. Esa negativa ha dado lugar a un fanatismo político del que siempre estuvo lejos el cristianismo. Cierto es, como ha visto Paul Johnson, que el declive del cristianismo fue terrible para las sociedades occidentales:
Si la decadencia del cristianismo creó al fanático político moderno –y originó sus crímenes–, la evaporación de la fe religiosa en las personas cultas dejó en la mente de los intelectuales de Occidente un vacío que fue colmado fácilmente por la superstición secular. No existe otra explicación para la credulidad con que los científicos, acostumbrados a evaluar las pruebas, y los escritores, cuya auténtica función era estudiar y criticar a la sociedad, aceptaron por su valor aparente la más torpe explicación estalinista. Necesitaban creer, deseaban que se los engañase.
En verdad, el ateísmo no es moderno sino su uso político. Sólo cuando el ateísmo ha llegado al poder hemos sabido sus nefastas consecuencias. Eso ha sido lo terrorífico de la modernidad. Su inicio fue 1789, la Revolución Francesa, y alcanzó su apoteosis con los regímenes nazi y comunista. Nadie crea que la cultura occidental ha superado ese shock; por el contrario, ese ateísmo, ese horrible pedrusco en que los socialistas han convertido la idea de Dios, es el gran látigo ideológico de los gobiernos menos democráticos del mundo, entre ellos el español, que lejos de admitir el Estado aconfesional que nuestra Constitución legitima no renuncian a un Estado laicista de carácter ateo.
Sí, ahí exactamente reside la única modernidad de este Gobierno: llegar al poder para perseguir al resto de religiones, o peor, adornarse con los poderes más sobresalientes de quienes ellos consideran su principal competidor: el cristianismo. El ateísmo de Zapatero, en efecto, no es nuevo ni moderno. Es viejo y antiguo. Es el mismo que recoge el salmo 14: "Dijo el necio en su corazón: no hay Dios". Nada, pues, tiene que ver ese ateísmo con la experiencia cristiana del ateísmo, la del pobre y humilde ateo, que aspira todos los días a creer en Dios. Esa es la novedad cristiana que los socialistas totalitarios se niegan a reconocer. Es tanto como la renuncia a la gran experiencia de la cultura occidental: "La pasión por lo nuevo, la conciencia de ruptura, la esperanza escatológica, de los primeros cristianos".
El socialismo de Zapatero y Peces Barba no pasa, pues, de un pobre, pobrísimo, revival del peor anticlericalismo: "Hay que acabar con esa perra", dijo el ángel exterminador Voltaire. Sobre esa tradición anticlerical en España les hablaré en una próxima entrega.
Agapito Maestre
Catedrático de Filosofía Política en la Universidad Complutense de Madrid
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