sábado, 27 de setembro de 2008

Entre Mr. Bean y Benny Hill


José Luis Rodríguez Zapatero, irresponsablemente instalado en la ucronía, tiene algo estupendo: la sonrisa y la media sonrisa. Dos formas alternativas de expresión hueca con las que, con excepcional maestría, se mantiene en el poder, sin grandes riesgos de perderlo, rodeado de un equipo de los que los castizos llamaban «de avería». Gracias a sus dos modos sonrientes y a su perseverancia en un entendimiento caducado del socialismo, Zapatero va tirando y es capaz, con un desparpajo que no le denuncia la oposición ni le critican los suyos, de hablar de los «Objetivos del Milenio», de la «Alianza de las Civilizaciones» y de parecidas mandangas cuando más arrecia una crisis mundial que no acaba de asumir en su dimensión nacional y que no le empuja a obrar en consecuencia. Ni a él, ni a los miembros y miembras de su tan divertido como inútil Gabinete.

Las sonrisas de Zapatero, germen de sus éxitos electorales, entroncan con la tradición británica más que con la propiamente española. Algo curioso si se considera que el líder del PSOE no habla una palabra en inglés y que, a la vista de los hechos, ignora y repele los modos anglosajones de pensar, olvidar, entender, gobernar, respetar y convivir. Su sonrisa entera, la de las ocasiones solemnes, entronca con la que Benny Hill inauguró en la BBC y trasladó después a la Thames Television. Las feministas odiaban a Benny Hill y cuando murió, en 1992, un grupo de ellas le llevó un manojo de pinchudos cardos a su tumba. Zapatero ha sabido invertir los polos de la expresión del cómico y, utilizando la paridad mejor que el buen sentido, es el feminismo una de sus vías de fortaleza.

La media sonrisa de Zapatero, la de diario, la que utiliza en sus actos, gestos y presencias presidenciales más frecuentes es, tal cual, la de Mr. Bean, el divertido estúpido que interpretó Rowan Atkinson para la Independent Television del Reino Unido. Tan similares son las dos muecas, la del gobernante y la del cómico, que he llegado a sospechar que Zapatero, para entrenar y perfeccionar su estilo, también duerme con un osito de peluche. Es la sonrisa, más para la circunstancia que para la pompa, que consagra la insustancialidad.

Lo grave no es que Zapatero sonría. Incluso podría agradecérsele la sonrisa en un país, como el nuestro, más áspero que suave y anclado en los modos zafios y agresivos. El problema reside en que la risa de Zapatero, en tanto en cuanto es el omnímodo y prácticamente incontestado jefe del Ejecutivo, nos hace llorar a quienes, por gusto o por oficio, nos pasamos el día repasando la génesis de los males que afectan a la Nación y los presagios de futuro que amenazan al Estado.
Además, por supuesto, de la crisis que ya nos quita el postre. Así, entre Mr. Bean y Benny Hill, un acreditado necrófilo alivia el luto que merece una negra situación que él mismo contribuye a perpetrar. Sublime.

M. Martín Ferrand
www.abc.es

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