El caudillo venezolano está definitivamente perdido y desesperado. Con tantos frentes abiertos y acumulados en su horizonte, ha decidido encender todos los focos de tensión que están a su alcance y crear así un escenario en el que sea imposible distinguir la realidad de sus quimeras delirantes. Tal vez haya llegado el momento de que la comunidad internacional le haga saber que la ya lejana legitimidad democrática de origen con la que contaba su régimen totalitario no puede justificar conductas que son más propias de un dirigente irresponsable que de un jefe de Estado ecuánime y equilibrado. En Venezuela hay elecciones regionales y municipales el próximo mes de noviembre y Hugo Chávez teme cosechar una derrota, igual que perdió el referéndum del pasado diciembre, porque en Venezuela las carencias son grandes, porque altos funcionarios de su Gobierno han sido acusados formalmente de vínculos con las FARC por el Departamento del Tesoro norteamericano y porque en un tribunal de Miami se está dirimiendo -con serios indicios de que así fue-si entregó dinero para financiar ilegalmente la campaña electoral de la hoy presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Para justificar sus desvaríos, el caudillo venezolano está aireando un supuesto nuevo complot del que culpar a Estados Unidos, que no es más que una nueva purga en las Fuerzas Armadas venezolanas; y por si fuera poco, la gestión de su principal aliado estratégico, Evo Morales, está llevando a Bolivia a la catástrofe de la división y la violencia. Todo lo que Hugo Chávez toca, en pos de su fingida revolución bolivariana, acaba en la ruina.
El personaje ya ha acostumbrado al mundo a todo tipo de excentricidades verbales, incluso en escenarios tan impropios para tales ofensas como la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sin embargo, la expulsión del embajador norteamericano en Caracas, después de que Morales hiciera lo propio con el de Bolivia, aderezada con todo tipo de expresiones insultantes y ofensivas, pronunciadas en público, no es algo que se pueda ya pasar por alto o como un episodio anecdótico. Sobre todo porque se produce en momentos en los que se encuentran en Venezuela dos poderosos bombarderos estratégicos rusos, como preludio de unas maniobras navales a gran escala que el propio Chávez ha anunciado como un desafío abierto a la influencia de Estados Unidos en el Caribe y anticipo de una asociación estratégica con Moscú, que es su suministrador de armamento moderno.
Es evidente que Chávez se aprovecha de la situación internacional y, precisamente por eso, porque existen graves problemas en otros lugares, sus gestos imprudentes y bravatas resultan una provocación intolerable. Y si Rusia está depositando sus intereses en la zona y en esa alianza de la que Chávez presume, está cometiendo un error grave de apreciación que le puede costar más caro de lo que imagina el Kremlin. Esa proximidad con Chávez puede ser también muy perniciosa para la presidenta argentina, que debe dar cuanto antes explicaciones por la tortuosa trama del envío de dinero desde Venezuela para financiar su campaña electoral en lugar de seguir el mismo estilo del venezolano, culpando a Estados Unidos de algo que se está ventilando en los tribunales. En cuanto al Gobierno español, no es posible que sigua sin ver claro el error que cometió en la primera legislatura defendiendo a capa y espada su proximidad con el caudillo venezolano.
Chávez está jugando con fuego. No sólo está llevando a la ruina a uno de los países más ricos del mundo, sino que ha extendido el desastre y los factores de inestabilidad por toda Iberoamérica y ahora pretende hacerlo a mayor escala aún. De hecho, ahora está dando los pasos que le faltaban para convertirse en un provocador universal que dice estar dispuesto a cualquier tipo de pendencia a cuenta de usar el petróleo como arma de chantaje.
Editorial ABC
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