El viernes pasado se produjo en Alemania un acontecimiento editorial. Salía a la venta el último libro de Helmut Schmidt, el socialdemócrata ex canciller federal y probablemente hoy el alemán vivo con mayor prestigio nacional e internacional, con la lógica excepción del Papa Benedicto XVI. El autor había anunciado este libro suyo, titulado «Ausser Dienst» (Fuera de servicio) como fruto del «deseo de escribir lo que he ido aprendiendo en la política a lo largo de los decenios». Dicen quienes lo han leído que es el libro más personal e íntimo que ha escrito. Desde luego lo es el capitulo que publica en su nuevo número el semanario «Die Zeit», del que Schmidt es aún editor honorario. Se titula «Lo que aún creo» y es un canto a la tolerancia y al profundo respeto a las religiones en general y al cristianismo en particular. «Pese a todo mi escepticismo hacia una serie de dogmas cristianos siempre me he sentido cristiano» y «sigo en la Iglesia porque genera contrapesos a la descomposición moral en nuestra sociedad y porque ofrece apoyo». El capítulo es una larga reflexión, menos sobre la Iglesia en particular que sobre el hecho religioso y el deber que siempre sintió, más allá de sus dudas y reservas, a mostrar el máximo respeto a este hecho religioso por su carácter dignificante y por su fuerza generadora de esperanza.
Coinciden así con el socialdemócrata Helmut Schmidt el conservador y presidente francés Nicolas Sarkozy cuando habla de un laicismo positivo en el que el estado y sus dirigentes entiendan a la religión y al hecho religiso como una fuerza positiva y no como una amenaza para los gobernantes. Lo cierto es que no hay que ser ni creyente, ni socialdemócrata, ni conservador, ni siquiera excesivamente culto y sensible para respetar el hecho religioso y darle la importancia que merece en nuestra cultura y civilización, en nuestra democracia, la percepción de trascendencia de la persona. Hay que ser, por el contrario, muy sectario, muy inculto y estar ideológicamente muy emponzoñado para agitar y movilizar tanto odio y desprecio al hecho religioso como ha logrado el actual gobierno socialista español.
La fobia anticristiana que rezuman comentaristas y tertulianos, programas de humor y series televisivas, informativos y supuestos análisis en nuestro país no tienen parangón en ningún país europeo. Y desde luego en ninguno de estos países europeos los ataques a la Iglesia o a los creyentes en general podrían beneficiarse de los resortes mediáticos directos del poder, como aquí sucede. Este fanatismo y odio villano que se manifiesta por todas las esquinas, páginas y altavoces en nuestro país en la mofa y el insulto hacia el hecho religioso es una profunda anomalía más de nuestro país. Que agrava muchos otros tristes fenómenos sociales en los que somos, sí, señor Zapatero, de la «Champions League».
Hermann Tertsch - www.abc.es
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