No conozco personalmente a Pablo Casado, diputado regional y presidente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular de Madrid. Pero sus palabras en el Congreso madrileño de su partido merecen un aplauso, por valientes, libres y alejadas de los tópicos políticamente correctos. «Los jóvenes de ahora no idolatran a asesinos como el «Ché» Guevara, sino a mártires como Miguel Ángel Blanco». Por desgracia, hay todavía millones de jóvenes infectados que adoran al mercenario argentino. No es fácil llamar «asesino» a un criminal santificado por el papanatismo «progre», y a Casado le van a llover críticas e insultos, pero ha roto con el lugar común de los necios y los manipulados.
Ernesto Guevara, posteriormente conocido como el «Ché» fue en su juventud porteña un señorito de Palermo que paseaba a las chicas en coches descapotables y motos de gran cilindrada. En la sociedad bonaerense, era el típico quiero y no puedo, y nada le gustaba más que visitar las instalaciones del «Jockey Club». Cuando su familia se quedó sin un peso, a Ernestito le dio por la revolución comunista, y recaló en la revuelta cubana de Fidel contra Batista, apoyada por los norteamericanos. Pronto destacó por su gélida dureza. A muchos de sus compañeros «tibios y poco comprometidos con la revolución» los mató personalmente, y el número de ajusticiados por órdenes suyas alcanzó cifras de escalofrío. Cuando fue abatido en las selvas de Bolivia -gran tontería del buen poeta Nicolás Guillén con aquel «soldadito de Bolivia»-, quien más se congratuló con la noticia fue Fidel Castro, al que no soportaba. Fidel, listísimo, aplicó lo de «muerto el perro se acabo la rabia», y santificó al «Ché», convirtiendo su imagen en un icono de la revolución. Después, cuando se refería al «Ché» en sus interminables discursos, dejaba que se le escapara alguna lagrimilla de cocodrilo de sus ojos, pero en el fondo siempre se sintió agradecido a aquel soldadito de Bolivia que hizo por él lo que en tantas ocasiones había pensado.
Pero la maquinaria imparable del mercado «progre» se adueñó de los desinformados, que son millones. Y el señorito criminal se apoderó de la emocionada ignorancia de una buena parte de la juventud de izquierdas. Y se convirtió en una rentable camiseta, que aún se vende. Porque el «Ché» ha terminado por ser lo que merecía. Una camiseta, cuando no un póster en habitación de «niño bien» que juega a contestatario. Al fin y al cabo, lo que él era. En su estupendo «Diccionario Político de la Incorrección», el profesor Rodríguez Braun, compatriota y conocedor del «Ché», lo define de este modo: «Psicópata argentino extremadamente violento. Asombrosamente, un individuo como él, que proclamó que el guerrillero debía ser «una fría e implacable máquina de matar», es considerado una abnegada mezcla de héroe y de santo». Sólo cabe un dato más para intuir la calaña de Guevara. Es el ídolo de Maradona. Hay que dejarse de cautelas y papanatismos dogmáticos. Y eso es lo que ha hecho Pablo Casado en una intervención pública, con cámaras y micrófonos. Tienen derecho los soñadores de revoluciones en amar al «Ché», ese mito textil. Pero se agradece la valentía de quien no se deja engañar y lo manifiesta. Casado y libre.
Ernesto Guevara, posteriormente conocido como el «Ché» fue en su juventud porteña un señorito de Palermo que paseaba a las chicas en coches descapotables y motos de gran cilindrada. En la sociedad bonaerense, era el típico quiero y no puedo, y nada le gustaba más que visitar las instalaciones del «Jockey Club». Cuando su familia se quedó sin un peso, a Ernestito le dio por la revolución comunista, y recaló en la revuelta cubana de Fidel contra Batista, apoyada por los norteamericanos. Pronto destacó por su gélida dureza. A muchos de sus compañeros «tibios y poco comprometidos con la revolución» los mató personalmente, y el número de ajusticiados por órdenes suyas alcanzó cifras de escalofrío. Cuando fue abatido en las selvas de Bolivia -gran tontería del buen poeta Nicolás Guillén con aquel «soldadito de Bolivia»-, quien más se congratuló con la noticia fue Fidel Castro, al que no soportaba. Fidel, listísimo, aplicó lo de «muerto el perro se acabo la rabia», y santificó al «Ché», convirtiendo su imagen en un icono de la revolución. Después, cuando se refería al «Ché» en sus interminables discursos, dejaba que se le escapara alguna lagrimilla de cocodrilo de sus ojos, pero en el fondo siempre se sintió agradecido a aquel soldadito de Bolivia que hizo por él lo que en tantas ocasiones había pensado.
Pero la maquinaria imparable del mercado «progre» se adueñó de los desinformados, que son millones. Y el señorito criminal se apoderó de la emocionada ignorancia de una buena parte de la juventud de izquierdas. Y se convirtió en una rentable camiseta, que aún se vende. Porque el «Ché» ha terminado por ser lo que merecía. Una camiseta, cuando no un póster en habitación de «niño bien» que juega a contestatario. Al fin y al cabo, lo que él era. En su estupendo «Diccionario Político de la Incorrección», el profesor Rodríguez Braun, compatriota y conocedor del «Ché», lo define de este modo: «Psicópata argentino extremadamente violento. Asombrosamente, un individuo como él, que proclamó que el guerrillero debía ser «una fría e implacable máquina de matar», es considerado una abnegada mezcla de héroe y de santo». Sólo cabe un dato más para intuir la calaña de Guevara. Es el ídolo de Maradona. Hay que dejarse de cautelas y papanatismos dogmáticos. Y eso es lo que ha hecho Pablo Casado en una intervención pública, con cámaras y micrófonos. Tienen derecho los soñadores de revoluciones en amar al «Ché», ese mito textil. Pero se agradece la valentía de quien no se deja engañar y lo manifiesta. Casado y libre.
Alfonso Ussía
Um comentário:
Ignorante :)
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