Si algún sentido tuvo pasar del cine en blanco y negro al de color fue previendo un advenimiento extraordinario. Y al esforzado visionario que hace décadas se devanó los sesos buscando hacer realidad el invento hay que agradecerle, ya por siempre, el regalo precioso, irrepetible e inmortal, de una mirada plena de pura luz azul. Ningún escenario geográfico es comparable a la presencia de semejante grandiosidad visual. Ningún paisaje del orbe conocido, ningún lago, o mar, ningún oceáno de ningún continente del planeta, ningún cielo de la galaxia, por más impoluto y claro y luminoso que presuma ser, puede ni podrá jamás llegar a competir con el territorio indiscutible de los bellísimos ojos de Paul Newman anegando la gran pantalla, cegando de resplandeciente claridad, con el líquido terso y sereno de su inmaculada iris, el alma del espectador. Porque el cine rompió todo límite de magnitud, alcanzó el cénit de la impresión del color, cuando capturó por primera vez en la retina de la cámara los bellísimos ojos de Paul Newman, esos ojos que dinamitan cualquier umbral de la belleza de un azul posible.
Ni en sueños podría playa alguna, por más paradisiaca que alcanzara a definirse, imaginarse bañada por tal singular transparencia e intensa pureza tonal de aguamarina. Porque los ojos de Paul Newman son en sí el canon del azul, son en sí el baremo por el que lagos, mares, océanos o cielos se miden y aspiran a ser perfectos. Porque los ojos de Paul Newman son en sí el mar del cielo, ese lugar indescriptible donde el firmamento y el océano se confunden y juntan.
Y no es bello ese portentoso azul único solo por su superficie. Es bello porque es un azul profundo y con relieve. Es un azul armónico, lleno de vida clara; es un azul que tiñe todo el hermoso reino de su propietario. Es bello porque Paul Newman era un ser bello, y su mirada es bella porque él eligió mirar el mundo con el caballeroso tul de un hombre bueno. Es bello ese azul de esos ojos porque es conmovedor; porque Paul Newman era una persona encantadora, comprometida, lúcida, inquieta; alguien que era mucho más que un grandísimo actor: un ser elegante y generoso. Un estupendo señor, guapo por dentro y por fuera. Alguien que se va y nos deja ese legado de azul que es el color del corazón de un caballero.
Lola Beccaria - www.abc.es
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