Ningún presidente del Gobierno hasta la fecha se había demostrado tan laicista y refractario a los postulados del cristianismo como José Luis Rodríguez Zapatero. Ha hecho a lo largo de sus cuatro años y medio de Gobierno una categoría aparte de lo laico, ha provocado a la Iglesia católica sin más razón que suministrar combustible a su propia propaganda y ha promovido leyes que chocan frontalmente con el catolicismo, que es la confesión mayoritaria entre los españoles. Y todo lo ha hecho deliberadamente y con la trompetería mediática habitual a volumen máximo.
Sorprende, pues, que este hombre tan despegado de las creencias religiosas, tan volcado en el laicismo, haga un viaje relámpago hasta Turquía para celebrar con su primer ministro una cena eminentemente religiosa: la del Ramadán. Sorprende porque a Zapatero, que es el presidente del Gobierno de España, no se le ha visto jamás en una procesión de Semana Santa ni en ningún otro acto litúrgico más allá de alguna boda o algún funeral de compromiso. Comparte, por lo tanto, dos discursos antagónicos y totalmente incompatibles entre sí. Dos posturas frente a la religión, una de tolerancia absoluta en lo relativo al islam y otra de intransigencia en lo que toca al cristianismo, religión mayoritaria entre los ciudadanos de la nación cuyo Gobierno preside.
Pero no sólo eso. Para hacerse querer por su anfitrión, el proislamista Erdogan, y demostrar hasta donde llega su voluntad de dialogar con quien haga falta siempre y cuando no sea occidental, se ha presentado voluntario para apoyar la candidatura de Turquía en la Unión Europea. Con la única condición de que este país avance en las reformas. Y, efectivamente, Turquía está avanzando en las reformas, pero en sentido inverso. El programa de Erdogan pasa por devolver el estado confesional a Turquía después de varias décadas de laicismo y de estricta separación entre el islam y el Estado turco. Eso Zapatero lo sabe, pero calla e insiste en una coletilla, la del islam pacífico y tolerante, que tan buenos réditos le dio en el pasado.
Todo sea por apartar la atención, aunque sea un minuto, del desastroso estado de la economía nacional, que está poniendo muy difícil a sus medios adictos la cada vez más complicada tarea de pintar de rosa la gestión de Zapatero.
Editorial
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