Sólo me queda una duda: si es ingenuo o, sencillamente, tonto. Sorprende la naturalidad con que José Luis Rodríguez Zapatero se ha apuntado en Estambul al «Iftar», la cena de ruptura del Ramadán. Él, que evita cualquier ceremonia religiosa cristiana excepto los funerales de Estado, y que grita toscamente al representante del Papa en España: ¡«Nuncio, a ver cuándo nos tomamos un caldito»! Él, que se disgusta con las celebraciones católicas de la familia, acaba de decir que se siente orgulloso de la influencia del Islam en la Historia de España. Hay antropólogos que apuntan que el acendrado machismo español se debe precisamente a la larga presencia árabe en la península, ¿hay que sentirse orgullosos? Quien conozca el recorrido de nuestro país, que se hizo a fuerza de siete siglos de reconquista contra los árabes, alucina. ¡Ahora resulta que nuestra cultura es hermana de la turca! Que se lo digan a Miguel de Cervantes, que se dejó el brazo en la batalla.
Si hay una nación en el mundo que encarne la lucha de Europa por los derechos individuales, la separación Iglesia-Estado y el derecho de gentes es precisamente España, que se revolvió contra la teocracia islámica en plena Edad Media. ¿Será que lo que expulsamos era lo mejor? Cualquier creyente musulmán sabe que Constantinopla es símbolo de la derrota de Occidente frente al Islam, y Granada, justamente lo contrario. Puede sonar fantástico eso de que Turquía y España ejerzan el liderazgo de la tolerancia internacional y la alianza de civilizaciones, pero mientras José Luis Rodríguez Zapatero saborea las delicias del iftar, los integristas se regocijan de ver al presidente español reivindicar las raíces moras de España. No sé quién asesora a nuestro líder en materia religiosa, pero el pudor que demostró en Valencia al reunirse de tapadillo con Benedicto XVI, en un cuartito apañado ex profeso, está a años luz del regocijo público con que celebra los fastos islámicos. Que alguien me explique algo, por Alá.
Si hay una nación en el mundo que encarne la lucha de Europa por los derechos individuales, la separación Iglesia-Estado y el derecho de gentes es precisamente España, que se revolvió contra la teocracia islámica en plena Edad Media. ¿Será que lo que expulsamos era lo mejor? Cualquier creyente musulmán sabe que Constantinopla es símbolo de la derrota de Occidente frente al Islam, y Granada, justamente lo contrario. Puede sonar fantástico eso de que Turquía y España ejerzan el liderazgo de la tolerancia internacional y la alianza de civilizaciones, pero mientras José Luis Rodríguez Zapatero saborea las delicias del iftar, los integristas se regocijan de ver al presidente español reivindicar las raíces moras de España. No sé quién asesora a nuestro líder en materia religiosa, pero el pudor que demostró en Valencia al reunirse de tapadillo con Benedicto XVI, en un cuartito apañado ex profeso, está a años luz del regocijo público con que celebra los fastos islámicos. Que alguien me explique algo, por Alá.
Cristina L. Schlichting
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