domingo, 7 de setembro de 2008

Esqueletos

Me aburre y me entristece escribir de los asesinados en nuestra Guerra Civil. Considero míos los huesos de un lado y los del otro. También creo humano y consolador que todas las familias encuentren los restos de los suyos. Todas, escribo. Va a resultar muy difícil. Mi familia quiere encontrar entre ocho mil calaveras y esqueletos enterrados en Paracuellos del Jarama los huesos de nuestro abuelo materno, Pedro Muñoz-Seca. Se trata de un deseo, no de una obsesión malsana, recalcitrante y retadora. Pero el juez Baltasar Garzón despacha con desdén y desprecio todo lo que tenga que ver con las matanzas masivas de Paracuellos. Y hay silencios exigibles. Uno de ellos, el de Santiago Carrillo, que ha tenido la caradura de apoyar la iniciativa mediática -no es otra cosa-, del juez Garzón, en lo que considera «una búsqueda de la dignidad de los fallecidos de la Guerra Civil». Carrillo considera que esta acción de Garzón «no es una cuestión de reclamar una justicia de sanciones, sino de satisfacer los sentimientos de los familiares», y termina diciendo que «no entiende a los que se resisten a la investigación y hallazgo de huesos desaparecidos, pues el familiar lejano no tiene la culpa de lo que hizo su abuelo o su bisabuelo».

Carrillo no puede hablar de esto. Ni apoyar, ni rechazar. Ni pedir, ni dar. Ni exigir ni demandar. Es de los pocos españoles que quedan con vida sin derechos en este trágico asunto. Él no es un familiar lejano de lo que hizo su abuelo o su bisabuelo. Carrillo fue protagonista y responsable directo de una matanza de españoles escalofriante. Él firmaba los «traslados», pero sabía que los «trasladados» jamás llegaban al lugar de destino. En Paracuellos del Jarama se discuten los esqueletos. Puede haber tres mil perdidos. Unos historiadores creen que fueron ocho mil los fusilados por la República. Otros, entre ellos mi amigo César Vidal, apuntan que sobrepasaron por poco los cinco mil, entre ellos muchos menores de edad, fusilados con doce, trece y catorce años por ser hijos de militares. Hace meses Garzón rechazó la petición de unos familiares que pedían al juez que apoyara su demanda de reconocimiento del esqueleto de su padre. A Garzón no le interesa Paracuellos, porque ocho mil o cinco mil esqueletos entrecruzados en sus fosas comunes no le van a conceder la popularidad que precisa. Y Carrillo se tiene que callar. Todos los españoles con muertos en las retaguardias de nuestra Guerra Civil tenemos el derecho de encontrar a los nuestros. Carrillo no. Carrillo fue uno de los que contribuyó a que los esqueletos de los inocentes se amontonaran en fosas y cunetas. No era su abuelo o su bisabuelo. Era él.

Sus palabras son obscenas, inoportunas y cínicas. Si nuestro deseo de encontrar los huesos de don Pedro Muñoz-Seca no se satisface, nada podremos hacer. Ninguna obsesión nos agobia y ninguna venganza nos anima. Al fin y al cabo, la calavera de nuestro abuelo está bien descansada entre los esqueletos de los que le acompañaron en el martirio, pues fueron previamente martirizados. Si se tiene que quedar allí, que allí reste para siempre. Unos huesos no son nada. Pero si nos gastamos cien millones de euros en analizar tibias y costillas de víctimas de un lado, reclamo mi derecho para que analicen las tibias y las costillas de las víctimas de la República, que fueron tantas o más que las otras. Garzón ha iniciado su «operación del odio renovado». Y tiene como valedor a Santiago Carrillo. ¡Vaya con la compañía!

Alfonso Ussía

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