terça-feira, 30 de março de 2010

Ceaucesco

De la noche a la mañana, como consecuencia de una brutal actuación policial contra una manifestación pacífica, decenas de miles de rumanos se presentaron ante el Palacio de los Ceaucescu. El tirano y su mujer, acostumbrados a las grandes concentraciones aclamatorias, salieron a saludar a los suyos, y nunca mejor dicho los suyos, porque eran los dueños de sus vidas, de sus muertes, de sus haciendas y de sus destinos. Una palabra coreada por todos los asistentes nubló los rostros de Nicolás y Elena Ceaucescu. Les gritaban «¡Drácula!». Pocos minutos más tarde, Drácula y señora huían en un helicóptero presumiblemente salvador. Pero lo hicieron hacia su fin. Ya no eran nada. Fueron detenidos, ridículamente juzgados por un tribunal militar de los suyos y fusilados inmediatamente. Ella no podía creer que «sus hijos» –así llamaba a los soldados rumanos– se atrevieran a disparar. Lo hicieron con entusiasmo. Decenios de sufrimiento, privaciones, cárceles, miseria, falta de libertad y enriquecimiento de los poderosos apretaron los gatillos. Su gesto de pasmo y asombro se detuvo en sus cadáveres. Murieron asombrados de que tal cosa pudiera ocurrir.

Drácula, aunque rumano, es sinónimo universal de perversidad. Se alimenta de la sangre de su gente, incluida la más allegada. Y su nombre ya se susurra por las calles arruinadas de La Habana. Si muere Guillermo Fariñas, se alzarán más voces. Ya está dispuesta una veintena de presos políticos a seguir la cadena hacia la muerte por la libertad de Cuba. Cuidado con la ira acumulada, el dolor acumulado y la acumulación de horrores. Los hermanos Castro no tienen complicada su seguridad. Un avión los llevará a Venezuela, donde podrán disfrutar, mientras se mantenga el régimen de Chávez, de los millones de dólares que han robado a su pueblo. Pero no lo tendrán tan fácil las decenas de miles de colaboradores del castrismo, comisarios políticos, torturadores de prisiones, agentes del régimen y chivatos del partido comunista. Tienen cara y todos los conocen. El tiempo de la posible transición a la democracia ha pasado. El castrismo ha endurecido su sistema, y la pobreza en Cuba se ha adueñado de la gran isla. ¿Cuántos conseguirán huir de la venganza? Ceaucescu nunca se figuró que su Estado policial y asesino se volviera contra él. Los Castro no son más poderosos que los Ceaucescu. Y sus colaboradores, tampoco. Los aviones que pueda enviar Chávez tienen un número limitado. En Cuba, los dráculas no son sólo el asesino jubilado y el asesino en activo. Hablan de «la gusanera» de Miami. Los cubanos exiliados en Florida no van a mover ni un dedo. Los que llevan padeciendo el castrismo durante décadas serán los protagonistas de la nunca aceptable venganza. Cuidado con las reacciones de una población harta y aparentemente asustada y mansa. Una chispa provoca el desastre. Y en Cuba se ha iniciado el proceso de desaparición del miedo. La vida cuesta dejarla cuando se vive en libertad. Una vida sin libertad es lo más parecido a la muerte. Guillermo Fariñas, como otros muchos, está alegremente dispuesto a morir por la libertad de Cuba. Y contra esa voluntad no hay poder político, ni tortura física, ni pelotón de fusilamiento capaces de contrarrestar el sacrificio. Un día, cualquiera, el más inesperado, el pueblo cubano se levantará. Los dráculas escaparán a Venezuela. Pero otros, menos poderosos, emularán sobre la tierra cubana, víctimas del odio, el gesto quieto de pasmo de los Ceaucescu.

Alfonso Ussía

www.larazon.es

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