Tras dos años de negociaciones y la publicación en septiembre de un documento de 417 páginas cargado de referencias religiosas que denunciaba desde las filas del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL) la equivocada estrategia de Al Qaeda, las autoridades de Trípoli han liberado el 23 de marzo a tres líderes del Grupo –Abu Sadeeq; su emir, Abu Mundhir Al Saadi, su guía religioso, y Abu Hazem, su número dos– de la prisión Abu Salim de la capital Libia. Junto a ellos abandonaban la prisión otros cuarenta militantes del GICL.
Para muchos parece ser una buena noticia porque divide a la imagen de marca Al Qaeda, por las deserciones como sobre todo por el cuestionamiento de la ideología yihadista salafista desde su seno. Sin embargo, no todo son motivos de regocijo. Por un lado, la liberación de cuadros tan relevantes (tres) y a la vez de un número tan importante (cuarenta) de individuos considerados hasta hace poco terroristas no es nada tranquilizador pues no han renunciado a su ideología, sino simplemente a algunos de los métodos, los más bárbaros, empleados en su combate. Por otro lado, la liberación se produce en un contexto proclive a buscar salidas voluntaristas como esta desde escenarios cercanos a Libia –donde en estos dos años habrían sido liberados ya hasta 705 yihadistas– como son Mauritania y Malí, y sin perder de vista la amplísima amnistía concedida en Argelia en 2006, hasta otro más alejado pero con impacto global como es Afganistán.
El artífice de este esfuerzo apaciguador es nada menos que Saif El Islam, hijo del coronel Muammar El Gaddafi y presidente de la Fundación Gaddafi. Esta ONG negocia o hace de intermediaria en el Sahel para que salvemos las vidas de nuestros rehenes financiando a cambio a Al Qaeda en el Magreb (AQMI) y logrando que algunos países de la zona liberen a criminales de dicha red terrorista encerrados en sus cárceles.
Algunas voces dicen además que en las prisiones libias quedan aún 409 presos yihadistas de los que 232 serán liberados próximamente aprovechando la inercia actual. El problema es que parece que nadie quiere ver que cada vez que un régimen inicia un esfuerzo apaciguador de esta índole termina haciéndose un poco más islamista, pues es la única forma de que los yihadistas salafistas se comprometan a llegar a acuerdos con ellos. Por otro lado, los terroristas no renuncian a nada de lo esencial de su siniestra ideología, pues simplemente han aceptado someterse a ciertos autocontroles, pero no a ver algún día ondear su estandarte, tanto en los palacios presidenciales de sus países como en las soñadas costas de enfrente, en la añorada Al Andalus y en el resto de Europa.
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