quarta-feira, 24 de março de 2010

La niña de Otegi

Es bien sabido que hasta los mayores asesinos de la historia han sido amantes padres de familia y dulces esposos. Me impresionó de los perfiles biográficos de los acusados en Núremberg, entrevistados en su día por el psiquiatra estadounidense Leon Goldensohn. Y es que uno lo sabe, lo lee y lo constata una y otra vez, pero nunca deja de asombrarse, de sentir perplejidad ante quienes se muestran tan sensibles, abnegados y admirables con los suyos y completamente insensibles con los demás. Mucho peor que eso, crueles, despiadados, sádicos, como lo fueron los criminales nazis.

Pero en el caso de Otegi mi sorpresa va más allá de la contradicción entre el amor por los propios hijos y la completa insensibilidad hacia los hijos de los demás. La niña Silvia Martínez, por ejemplo, asesinada por ETA en 2002 cuando tenía seis años y cuya madre, Toñi Santiago, la recordaba este lunes, cuando supo del sufrimiento de Otegi por su propia hija. Mi asombro por Otegi se centra en el extraordinario desparpajo de usar su amor familiar para evitar la cárcel, cuando lleva varias décadas colaborando con una organización terrorista que ha sembrado España de huérfanos y de multitud de niños traumatizados por la persecución de sus padres.

Y he ahí la otra cara de esta historia, la más preocupante, la que explica el desparpajo. La del uso del sufrimiento del terrorista como un sufrimiento equiparable al de las víctimas. Es de lo que se trata con esta estrategia y lo que ha sostenido el discurso etarra más favorable a la negociación en los últimos años. Aquello de los dos lados equiparables, los dos tipos de víctimas, los presos etarras y los asesinados por ETA.

O las dos legitimidades, la de Otegi y sus hijos, víctimas del Estado, y la de los perseguidos y sus hijos, víctimas de ETA. Así se sustentó la anterior negociación y así intenta construir Arnaldo Otegi la siguiente.

Edurne Uriarte

www.abc.es

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