El día después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el presidente Putin utilizó en gran medida el inicio de la «guerra global contra el terrorismo» para justificar el aplastamiento del nacionalismo checheno. De esta manera, se equiparaba a los adversarios de la brutal recuperación del Cáucaso con los partidarios de Bin Laden, y el Kremlin pudo beneficiarse de una indulgencia inédita por parte de la Administración de Bush y de sus aliados occidentales. Sin embargo, los vínculos entre los yihadistas y Al Qaida en Rusia son muy cuestionables, más allá de las semejanzas entre los atentados perpetrados ayer en Moscú y los que se perpetraron, por ejemplo, en el metro de Londres en julio de 2005.
Bin Laden ha temido durante mucho tiempo la competencia del prestigio militante de uno de sus compatriotas saudíes, apodado Jatab, establecido en el Cáucaso y líder de unos «voluntarios» árabes desde 1995. Tras la desaparición de Jatab en 2002, sus sucesores se han distanciado públicamente de Al Qaida mediante la condena de la campaña terrorista llevada a cabo en Arabia Saudí a partir de 2003.
De todas formas, los yihadistas árabes, diezmados por la contrainsurrección rusa, no son más numerosos en el Cáucaso, donde el rebelde Dokú Umárov proclamó en 2007 un «Emirato islámico» para el conjunto de la zona.
Umárov usó la eliminación de sus rivales nacionalistas por parte del Ejército Rojo para desarrollar su propio programa yihadista y extender la violencia a las repúblicas vecinas de Chechenia. El mes pasado amenazó con atentar en las ciudades rusas por lo que en un principio se sospecha que su red sea la culpable de la carnicería del metro moscovita. En ese caso, esto significaría que el espantapájaros de Al Qaida, agitado por el Kremlin, no ha impedido que surja un yihadismo independiente de Bin Laden que desea extenderse por todo el Cáucaso.
JEAN - PIERRE FILIU, Instituto de Estudios Políticos de París
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