Suele decirse que Estados Unidos es el más sólido aliado de Israel. La cosa es, en realidad, a la inversa: Israel es el más sólido aliado de Estados Unidos en Oriente Medio. El único que no aspira a ver desaparecer el Capitolio en una nube radiactiva. |
Esto, con más o menos indecisiones, es lo que entendieron los sucesivos presidentes americanos desde aproximadamente 1956, cuando la llegada de Nasser al poder en Egipto y la consecuente nacionalización del Canal de Suez, un año después de la Conferencia de Bandung (1955), determinaron el ingreso de Israel en el lado occidental de la Guerra Fría. Hasta entonces, la URSS había coqueteado con los israelíes de todos los modos posibles, incluso alentando el sueño de una experiencia socialista en la región, después de haber destrozado, ya en los años treinta, el proyecto de la República Socialista Hebrea de Birobidján, en el extremo oriental de Siberia, producto de un acuerdo de Lenin con el Bund.
Incluso Clinton, que no es un exactamente un filosemita, terminó por entenderlo, hasta el punto de perder los papeles en la reunión de Camp David con Ehud Barak y Yaser Arafat, que este último llevó al fracaso con todo descaro.
Una de las razones por las que en su momento pedí a mis lectores el voto para McCain fue la imposible lealtad de Obama hacia Israel. Imposible porque Obama se presenta como un progre, y los progres no aman a los judíos, ni siquiera los progres judíos. Imposible porque cuando necesitó una iglesia cristiana para sumar a su currículum de presidenciable acudió a la de Jeremiah Wright, conocido antisemita y supremacista negro –sí, eso existe, señores–, que lo casó con Michelle y bautizó a sus hijas, y que no vaciló en afirmar que los atentados del 11-S fueron consecuencia de la política exterior de los Estados Unidos. El pastor grita como un desaforado, que lo es, "Dios maldiga a América". Los responsables de la campaña electoral hicieron lo posible por mantenerlo, si no en secreto, al menos en un lugar discreto; con poco éxito, porque el hombre no es de los que pasan inadvertidos. Imposible porque la historia religiosa de Obama sigue siendo un misterio (como toda su historia, a decir verdad).
Obama no cree ni en sueños que el islam sea un enemigo. No lo creyó jamás porque no es su enemigo. Y, como cualquier excusa es buena para demostrarlo, pronunció un lamentable discurso en El Cairo, se prosternó ante el rey saudí, pidió disculpas a Gadafi por el oscuro asunto de Suiza y designó para cargos de confianza en la seguridad nacional, con la connivencia de Janet Napolitano, a Arif Alikhan, devoto musulmán –secretario adjunto para Desarrollo Político del Departamento de Seguridad Interior– y a Kareem Shora, devoto musulmán nacido en Damasco y director ejecutivo nacional del Comité Antidiscriminación Árabe y miembro de Consejo Asesor de Seguridad Interior.
La indeclinable decisión del Gobierno Netanyahu de construir 1.600 viviendas en la parte oriental de Jerusalem es una excusa tan buena como otra cualquiera, y no olvidemos que ya han encontrado miles, para generar un roce y decir que los israelíes se oponen a la creación de un Estado palestino, que es precisamente lo que vienen tratando de hacer desde que los palestinos se presentaron en el mundo, bastante después de 1948, cuando sólo eran árabes entre los árabes. Si no es ésta, será otra.
Como occidental, sostengo que la división de Jerusalem es una fantasía, perversa, además. Sabemos el destino que corrió la ciudad cuando los jordanos la tomaron: el de los budas de Bamiyán. Y fue recuperada lo bastante rápido como para que la destrucción no fuera completa. Si alguien piensa que la inauguración reciente de la sinagoga de la Hurva corresponde a la restauración de una antigüedad, se equivoca: fue destruida por los jordanos en 1948, en una guerra declarada por ellos contra el decreto de partición de la ONU.
Si Jerusalem no es Israel, está condenada a no ser más que un conglomerado de mezquitas lujosas, de esas que los saudíes hacen construir a su costa en todo el mundo. Si Jerusalem no es la capital de Israel, dejará de ser el núcleo del judaísmo y el cristianismo; y advierto, por si algún lector católico lo ha olvidado, que el Santo Sepulcro será arrasado, probablemente por los grupos armados de Hamás, tal como los talibanes arrasaron los budas. Con bombas, metralla y, si cabe, con algún pequeño ingenio nuclear de los que están introduciendo en Gran Bretaña para perpetrar matanzas que dejen pequeñas todas las anteriores.
Hace poco el profesor Steven Plaut le decía a Obama, en un texto que ha circulado profusamente por la red: "Usted no puede entregar Jerusalem a los salvajes". Eso, a Obama, no le importa en absoluto.
Obama prefiere ignorarlo. Prefiere confraternizar con los musulmanes, que, al fin y al cabo, son más los suyos que nosotros, un nosotros que claramente comprende a WASP, latinos católicos y otras gentes de mal vivir.
Que nadie se llame a engaño: Netanyahu hizo un viaje valiente, pero ya no se reunió con los amigos, sino con una gente nueva que ocupa esas salas en las que trabajaron Jefferson y Lincoln. Y además sabe que a Israel, más que a cualquier otra nación, se le aplican las palabras de Disraeli: "Gran Bretaña no tiene enemigos ni amigos permanentes, sino sólo intereses permanentes".
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