quarta-feira, 24 de março de 2010

Griegos y judíos en la cultura occidental

Los dos pueblos o naciones que han influido más en la formación de la cultura occidental son seguramente el griego y el judío antiguos, asentados ambos en una zona relativamente pequeña del Mediterráneo oriental, de donde han desaparecido prácticamente todas las demás culturas e idiomas coetáneos.

Ambos pueblos tenían rasgos comunes: eran poco numerosos, vivían en territorios reducidos (muy reducido el judío), de suelo pobre y bastante seco, y tenían una fuerte conciencia de su identidad y de su diferencia con las naciones del entorno. Los helenos se sentían unidos, por encima de las diferencias entre las ciudades-estado, por una comunidad de sangre, religión y lengua, y, según Heródoto, se distinguían de los bárbaros "por un espíritu más sagaz y libre de necedades"; en cuanto a los judíos, se consideraban el pueblo elegido por Dios.

Pese a las reyertas internas y fracasos de ambos a la hora de lograr la unidad política, los dos eran sumamente refractarios a las tendencias universalizantes de los imperios. Los griegos consiguieron vencer parcialmente a los persas, y, aunque sometidos por los macedonios y luego por los romanos, su potente originalidad cultural se impuso a sus dominadores. Los judíos permanecieron como pueblo especial a pesar de exilios y dominaciones que acabaron con tantas otras naciones de entonces, se rebelaron exitosamente contra la asimilación helenística y fueron probablemente la población más rebelde del Imperio romano, contra el que se alzaron una y otra vez hasta ser casi todos ellos expulsados de su tierra, que pasó a llamarse Palestina en honor de los filisteos, sus ancestrales enemigos. Pero ni aun con la pérdida de su patria y la dispersión por el Imperio romano perdieron su identidad ni se disolvieron –casi nunca– en otras culturas.

Estos rasgos nos hacen ver cómo, por lo general, las grandes culturas pueden e incluso suelen nacer en grupos humanos pequeños, y dentro de ellos a menudo en escuelas o asociaciones mínimas y exclusivas. La extraordinaria creatividad de España en los siglos XVI y XVII, no recuperada desde entonces, se produjo en un país más pobre y menos poblado que muchos de sus enemigos.

Un friso del Partenón.
Las similitudes citadas entre griegos y hebreos se convierten en contrastes agudos cuando consideramos el carácter de una y otra nación. Los griegos de la edad clásica, siendo pocos y en general pobres, elaboraron la cultura probablemente más brillante y creativa que haya conocido el mundo, un modelo inagotable en la historia occidental: de ellos procede el teatro, el pensamiento científico, una filosofía sistemática y en fructífera competencia de escuelas, la geometría y las matemáticas abstractas, la historia racional, el pensamiento político, la democracia...; además, destacaron con fuerte originalidad en casi todas las manifestaciones artísticas y literarias. Los logros de los judíos en estos terrenos fueron escasos y comparativamente modestos, con poco interés por la técnica, la ciencia o el pensamiento no directamente moral; pero su exclusivismo religioso demostraría una potencia e influjo realmente asombrosos, si bien ello ocurriría a través del cristianismo, que en cierto modo invertía la doctrina judaica al abandonar la idea del pueblo elegido. Helenos e israelitas eran pueblos muy religiosos, por más que entre los primeros surgieran corrientes minoritarias escépticas e incluso ateas. Pero estos mantenían una religión politeísta, aunque su pensamiento fue aproximándose a concepciones monoteístas, mientras que los judíos cultivaban la creencia estricta en un solo Dios.

Los griegos eran indoeuropeos por lengua y origen, con acentuadas tendencias expansivas y comerciales, mientras que los hebreos, pertenecientes al tronco semítico, se concentraron en la Tierra Prometida, que habían conquistado por una mezcla de infiltración y guerra, a veces de exterminio; y solo destacarían en el comercio debido a la formación de comunidades judías en otros territorios, impuestas en buena medida por la presión de los imperios. Los griegos ensayaron una diversidad de sistemas políticos, mientras que la cultura judía, esencialmente clerocrática, giraba en torno a un solo libro, la Biblia, conjunto de tradiciones míticas, históricas, éticas, jurídicas, poéticas, profeciales, que consideraban inspiradas por la divinidad y que le otorgaban una identidad vigorosa, capaz de resistir conquistas, persecuciones y destierros en los que otros muchos pueblos se habían desmoronado o diluido. Habían sintetizado en los Diez Mandamientos unos principios morales de gran sencillez y eficacia, si bien complicados con unas normas intrincadas y un tanto obsesivas.

Entre ambas culturas no había solo profundas diferencias, también oposición, y sus relaciones mutuas fueron conflictivas. A pesar de vivir en territorios bastante cercanos, los contactos entre ellas fueron escasos durante siglos, y cuando se produjeron tomaron un tinte de mutua antipatía. En Alejandría, que llegó a tener poderosas comunidades griega y judía, la convivencia se desarrollaba entre constantes roces y choques, con frecuencia violentos.

Grosso modo, parece claro que el cristianismo, a través del Imperio romano, elaboró entre estas dos culturas una síntesis que ha conformado la civilización en la que todavía vivimos en Europa y América. Síntesis por lo demás nunca plenamente lograda ni del todo armoniosa, internamente conflictiva a menudo. El modo como los dos pueblos y culturas, con sus caracteres tan distintos y hasta antitéticos, han llegado a determinar el carácter y el destino de la civilización occidental permanece como una cuestión intrigante y un relato en gran parte aún por hacer.

Pío Moa

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