El embajador cubano en México amenazó a los senadores mexicanos de que si realizaban un pronunciamiento sobre la muerte de un preso político en la isla y sobre la represión a los familiares de 75 presos políticos, su Gobierno lo consideraría como una injerencia en los asuntos internos de Cuba. Según el Gobierno de Castro, ningún Estado tiene derecho a opinar sobre la violación de los derechos humanos y prácticas antidemocráticas en Cuba, aunque ellos sí lo hagan en otros países.
Cuando un protegido del comandante Hugo Chávez violó la Constitución en Honduras, el Gobierno cubano fue de los primeros en entrometerse en lo que ellos consideran asuntos internos de un país. La incongruencia no es sólo del Gobierno socialista cubano, también de los gobiernos venezolano, brasileño, ecuatoriano, boliviano, argentino y nicaragüense y otros más que embaucados por el secretario general de la OEA, quien actuó como el operador político de Chávez en ese asunto, arguyeron prácticas antidemocráticas de los poderes judicial y legislativo de Honduras por cesar de sus funciones a un presidente que, apoyado por Chávez, quería perpetuarse en el poder, violando la Constitución.
¿Por qué el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, abanderado de la democracia en el caso hondureño, ahora calla ante el caso cubano?
En Cuba hay más de 300 presos políticos, según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. Hace 51 años que no hay verdaderas elecciones en ese país. Los hermanos Castro controlan el Gobierno, el partido, la economía y son de hecho dueños de las principales empresas cubanas. A esa situación pocos políticos se atreven a llamarle por su nombre: dictadura.
Muchos intelectuales y ONGs de izquierda, que se presentan como salvaguardas de las libertades y de los derechos humanos, con su silencio ante lo que acontece en Cuba se convierten en alcahuetes de una de las dictaduras más viejas del mundo, responsable de miles de muertes y de la miseria de varias generaciones de cubanos.
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