El rostro turbado del presidente Felipe Calderón no es para menos. Varias regiones de México están sitiadas por el hampa, especialmente Ciudad Juárez, donde la muerte se pasea como Pedro por su casa. |
Los narcotraficantes mexicanos sobrepasaron los límites de la razón. Son crueles y sanguinarios. La más baja lacra de la humanidad. Ni siquiera en las peores épocas del llamado narcoterrorismo del colombiano Pablo Escobar se vivió una guerra urbana con tanta saña, que deja víctimas sin distinción y por doquier. En sólo un mes de este año, la cifra de muertos en la guerra contra el narcotráfico que se libra en México sobrepasó las mil. Datos de la Fiscalía federal registran que, en los tres años de gobierno del presidente Calderón, han muerto unas 15.000 personas. La prensa asegura que la cifra puede superar las 17.000.
México no vive un brote de violencia pasajera; ni siquiera son reacciones a los operativos militares y policiales, porque las autoridades no están a la ofensiva sino a la defensiva. Lo que vive el país azteca es una guerra sin cuartel, abierta y carente de códigos.
La decapitación de enemigos o ex amigos es una muestra de poder brutal y amedrentador; simboliza el silencio que deben mantener los que se opongan a los actos monstruosos de los narcotraficantes o traicionen a su cofradía. Las cabezas sin cuerpo ya no son noticia de primera plana: he aquí una evidente muestra de indolencia social y de pérdida de respeto a los valores humanos.
Cuando Calderón asumió el poder, en diciembre del 2006, y resolvió enfrentar a ciertos carteles del narcotráfico, la lucha ya estaba perdida. Lo confirmaron los capos con actos de terror y el fortalecimiento de sus escuadrones mercenarios.
Colombia tampoco ganó la guerra, y sigue enfrentándola con grandes sacrificios. Washington la declaró a escala continental en enero de 1982, bajo la Administración Reagan. Se trata de una guerra que siempre ha estado perdida.
La mayor parte de los muertos los ponen las naciones donde se produce y exporta la droga; no son tantos en los países consumidores.
Lo decepcionante es que la lucha continuará mientras los dólares (una parte pequeña de las ganancias generadas por el narcotráfico: menos del 30%) sigan llegando a Latinoamérica; porque la guerra no la provoca la adicción, sino el dinero.
Aunque... quizás las cosas cambien, ya que la violencia ha tocado a las puertas de la Casa Blanca, para avisar a Barack Obama de que su país es responsable, en gran parte, de esa guerra: el sábado 13 de marzo, una funcionaria del consulado de Estados Unidos en Chihuahua, su esposo y otro ciudadano mexicano casado con una empleada de la misma legación diplomática fueron asesinados a tiros por pistoleros del Cártel de Juárez.
Meterse directamente con los gringos es el peor error de los narcotraficantes mexicanos, y podría cambiar el rumbo de la guerra. Se hace válido ahora el llamado del presidente Calderón para pedir ayuda a su mal vecino, Estados Unidos, que se obliga a asumir la responsabilidad compartida.
La ley del hampa no debe imperar. La sociedad mexicana no puede rendirse, pero la estrategia tiene que cambiar.
© AIPE
RAÚL BENOIT, corresponsal internacional de Univisión.
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