El título podría invertirse, ante la duda de si José García Abad se sirve de Zapatero para retratar la casta política y aledaños o si a través de éstos traza el perfil de quien mora en La Moncloa. Tras la lectura, uno lamenta la jubilación del gran Luis García Berlanga, cuyos magistrales planos secuencia serían los únicos capaces de amalgamar todo lo narrado aquí. |
Es un relato con las adulteraciones propias del género que permitió a una célebre compañera señalar la posición del calcetín de cierto juez estrella mientras su mujer recelaba, en plena intimidad de la alcoba, de su paso a la política. Y, también, con errores de bulto, que más parecen fruto de cierto sectarismo del autor que negligencia editorial; entre ellos, el de presentar a José Blanco como alguien que no terminó la licenciatura en Derecho, cuando apenas la empezó, o el de intentar convencer al personal de la inapetencia política de quien, como Miguel Sebastián, hasta el célebre debate de la foto corullesca se atrevió a soñar con la alcaldía de Madrid, o el de hablar del período democrático sin hacer mención de Aznar –sí de Suárez y González–. Mención aparte merece la querencia, rayana en la veneración, del señor Abad por Carmen Calvo, primera ministra de Cultura de la era Zapatero: si no tuviéramos aún fresca memoria de su concepción del dinero público ("No es de nadie") o sobre los "anglicanismos" que estaban destrozando nuestra lengua, igual nos daba por lamentar la gran pérdida para la alta política que supuso su defenestración.
En cuanto al dramatis personae, puede compararse con la yunta de tecnócratas, azules, curas montaraces y comerciales de ocasión inmortalizados en La escopeta nacional, y, por muy pesimista que sea ante el devenir colectivo, sentir una suerte de ternura hacia algunos de ellos. Encontramos aquí a ese robusto empresario murciano que responde por Luis del Rivero y cuya profunda adherencia a lo más ortodoxo de la derecha patria no le impide merodear con desparpajo por el entorno del poder socialista, que la ambición es la ambición. O a Javier de Paz, al que García Abad bautiza como "el correo del zar": es el hombre que, pasado el sarampión de idealismo juvenil que le llevó a liderar las Juventudes Socialistas en los ochenta, se presta a buscarle piso y quehaceres a ese antiguo compañero leonés que, años después, y contra todo pronóstico, desembarcará en Madrid como todopoderoso secretario general del PSOE. De ahí a la presidencia de Mercasa y al Consejo de Administración de Telefónica, acariciando el sueño de presidirla algún día, mediará apenas un lustro. Entre tanto, su mujer ejerce como perfecta cicerone de Sonsoles Espinosa en la capital, antes de convertirse en su jefa de gabinete. También sabremos de Javier, Ruiz de apellido y compañero de gremio del que suscribe: su visita, dossier en mano, a la CNMV, enmarcada en el asalto que el primer zapaterismo intentó perpetrar contra el BBVA, queda aquí bien retratada; hoy, es la estrella televisiva del grupo al que prestó con diligencia sus servicios fuera del horario de oficina.
Pero si de alguien se acuerda uno al pasar estas páginas, imbuido quizá por la nostalgia que proporcionan los treinta recién cumplidos, es de aquellos compañeros de generación que, mediada la década pasada, creyeron ver al nuevo Mesías en el principal beneficiario del vuelco electoral que acabó tan abruptamente con el Gobierno popular. Asomarse al lado oscuro de aquel que prometió que el poder no le cambiaría y no espetarle al biógrafo ningún sambenito al uso –de entre la amplia gama que va del "derechoso extremo" a "ultraliberal"– debe de ser un amarga manera de entrar en la edad adulta, si es que se da la fortuna de que eso ocurra. No de otra manera deberían recibir las cándidas almas progresistas su opaco pasado como líder provincial del PSOE en León, enfrentando a todos, pactando por estricta conveniencia con los representantes de la entonces Alianza Popular local y evitando con éxito cualquier paso en falso en pos de cargo público alguno en la provincia, sea el de alcalde o el de mero miembro de la Diputación. O su flechazo por ese economista dizque liberal de apellido Sebastián que acababa de cobrar una suculenta indemnización del banco al que prestaba sus servicios, una de esas cosas que aplicadas al enemigo tanto chascarrillo de mitin han provocado. Y, en fin, la extrema diligencia con que pastorea a todo señor de dinero que se pone a tiro, y la no menos extrema frialdad con que, mediante el lenguaje estrictamente no verbal, hace ver a alguno de los suyos que pronto va a pasar a mejor vida. En esto la vigencia del libro es innegable, toda vez que Jordi Sevilla asegura que ni Sonsoles tiene la confianza del gran timonel, y que María Teresa Fernández de la Vega atisba muy cercana su salida del reino zapaterista, en el que, por otro lado, jamás llegó a asentarse por completo.
No es, por tanto, actualidad lo que le falta a la obra; quizá hasta le sobra. Excesivas se antojan las citas al pasado inmediato, más propias de un texto de periódico, y no demasiado elegante el constante solapamiento de historias y personajes que saltan de un capítulo a otro sin el preceptivo hilo conductor.
Ahora que la Era ZP podría estar en su momento postrero, si de las encuestas y el rumor de fondo podemos fiarnos, es el momento idóneo para obras como ésta, cuyo último capítulo está dedicado en exclusiva al desentrañamiento de las claves sucesorias. Y ahí el autor, marcado para muchos por la herradura de la vieja guardia socialista, no duda en situar en la primera línea al ministro de Fomento Blanco, ahora sí definitivamente Don José. Llegado el caso, no hay duda de que se desempolvará el dicho marxista sobre las dos ocasiones en que se repite la historia. Aunque quizá sea difícil precisar qué fue primero, si la tragedia o la farsa.
JOSÉ GARCÍA ABAD: EL MAQUIAVELO DE LEÓN. La Esfera (Madrid), 2010, 232 páginas.
Mariano Alonso
http://libros.libertaddigital.com
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