Un libro de moda en ambientes políticos y periodísticos califica al presidente del Gobierno como «el Maquiavelo de León». No estoy seguro de que tenga razón: ingrávido como buen posmoderno, el personaje carece de la enjundia necesaria para emular al famoso escritor florentino y a sus modelos renacentistas. Entre ellos, dos compatriotas nuestros: el valenciano César Borja (Borgia para los italianos) y el aragonés Fernando el Católico. El libro de García Abad se lee de un tirón y ofrece algunas interpretaciones ingeniosas. Pero mi objetivo de hoy no es hablar de Rodríguez Zapatero sino de Niccolò Machiavelli, como es propio del historiador de las ideas que contempla con regocijo las alusiones al gremio de los grandes pensadores políticos. El lector sale ganando: por supuesto, el autor de El príncipe y de los Discorsi es mucho más interesante que el sedicente émulo leonés, nacido por lo demás en Valladolid.
Maquiavelo, enigma sin solución. Amoral, inmoral, antimoral, claman algunos. Absolutista y autoritario, sentencian otros. Los reyes ilustrados escriben teorías sobre el anti-Maquiavelo. Para los románticos alemanes es el padre del nacionalismo. Los teóricos actuales dicen que es el gran impulsor del republicanismo cívico. ¿Es posible asimilar tantas contradicciones? Los mejores estudiosos le dedican cientos de páginas: F. Meinecke, Leo Strauss o Javier Conde, entre los clásicos; J. G. A. Pocock, Q. Skinner o el malogrado Rafael del Águila, entre los modernos. ¿Quién entiende al gran florentino? Leamos El Príncipe, obra sin espacio ni tiempo, aunque fue redactada en 1513 para adular a Lorenzo de Médicis: manual para el tirano, sea bueno, sea malo. Lección de cómo ser cruel, si conviene o hace falta. Preceptos impúdicos: «A los hombres hay que ganárselos o destruirlos». Consejos cínicos: «Las injurias han de hacerse todas a la vez; los favores, poco a poco, para que puedan saborearse mejor». Desvaría acerca de la condición humana: antes perdona el hombre la muerte del padre que el saqueo de su patrimonio. Todos los horrores que nunca queremos escuchar. Conceptos básicos: la «virtud», que no es bondad sino malicia para poner a su servicio las pasiones humanas. La «fortuna», suerte o azar, ese hado imprevisible que acompaña a los audaces y abandona a los cobardes. La «necesidad», esto es, cuenta y razón de la pésima naturaleza del «animal ladino». He aquí, por tanto, un breviario sobre la medicine forti.
Pero, ¿y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio? ¿Y El arte de la guerra, la Historia de Florencia, la Mandrágora y otras expresiones del estilo renacentista? Cambian el tono y el sentido: elogio del civismo, amor por las pequeñas repúblicas, teoría del buen ciudadano. Pro patria mori; virtudes austeras y liberales; patricios urbanos; plebeyos leales. La vieja forma mixta de gobierno y la libertas como idea política. Es otro..., porque no es el mismo. ¿Nos engaña? ¿Se contradice? ¿Acaso nos invita al juego de las paradojas? Quién lo diría: el Maquiavelo perverso, infame, canallesco, se transforma en dechado de honradez, vecino honesto, incluso «progresista» y «solidario» si dejamos hablar a los historiadores presentistas. Se acabó la Edad Media, injustamente menospreciada. Surge en su plenitud el Renacimiento, en rigor, el último entre varios «renacimientos» más o menos fugaces. El individuo dice que se emancipa de prejuicios y leyendas y la imitación de los antiguos se convierte en un proyecto vital. Nace el Estado, novedad radical entre las formas políticas. Fin del universo del poder medieval, aquella sociedad jerarquizada concebida como una pirámide con dos cabezas, el Papado y el Imperio, los dos brazos de Dios, según la expresión afortunada de Víctor Hugo. Llega el pluriverso de los Estados que «ya no reconocen superior en lo temporal», según reza la fórmula clásica.
Primeros protagonistas de la vida estatal: Francia; Inglaterra; por supuesto, España, aunque algunos no lo quieran admitir por malicia o por ignorancia. Maquiavelo, como Guicciardini y tantos otros, habla continuamente de los españoles (y no de los castellanos o los aragoneses) y de la Monarquía hispánica. En estas circunstancias, la política surge como saber autónomo y tiene a gala liberarse de la ética y el derecho natural. No siempre fue un buen negocio, a juzgar por algunos acontecimientos posteriores. Aparece la razón de Estado, tantas veces mal comprendida: como explica Díez del Corral, fue un factor de prudencia y equilibrio, y no un pretexto al servicio de crímenes y latrocinios. Esta es la época de Maquiavelo, mal momento para un espíritu libre y sin prejuicios. Nuestro autor apenas alcanzó cargos diplomáticos de segundo nivel en la república florentina. Los Médicis le envían al destierro. No sirven de nada los ruegos y el servilismo. No se fían de él, piensa por cuenta propia, indaga sobre los secretos del poder. Dicen que Lorenzo le regaló una botella de vino (Chianti, seguro) a cambio de su obra universal y que nunca más se acordó de aquel modesto súbdito caído en desgracia. Cuando vuelve la república, cree llegado su momento: tampoco sirve ya, está viejo y anticuado, muchos no se fían... Otro desengaño. Muere poco después, en 1527, el año del «saco» de Roma. El Príncipe aún no ha visto la luz. La gloria está lejos todavía.
Maquiavelo de verdad. A veces se vislumbra, creo, bajo ese inmenso trampantojo forjado de disimulo y mentira interesada. Pasaje maravilloso en sus cartas personales. Aquella hora crepuscular, en la modesta villa del exiliado. Cambia la ropa vulgar por el mejor de sus trajes. Se acerca a los autores ilustres de la Antigüedad: lee; olvida los contratiempos; no teme a la pobreza ni a la muerte. Termina su obra cumbre con el célebre capítulo titulado «Exhortación para liberar a Italia de los bárbaros». ¿Quién ha escrito esto? Busquemos un redentor. Hagamos propia una causa justa. Lealtad, devoción, amor...: palabras que surgen al llegar el mensaje definitivo. Versos de Petrarca: «... el antiguo valor / no ha muerto en los corazones itálicos». Un patriota romántico disfrazado de técnico mecanicista del poder. Pero el gran hombre sonríe. Mauricio Viroli lo muestra en un libro estupendo, publicado hace años en la colección de biografías de ABC. Melancolía y lucidez. La sonrisa del desencanto. También, la fama eterna.
¿ Qué fue de sus jefes y soberanos? ¿Dónde quedan las minúsculas intrigas de aquellas cortes minúsculas de la Italia renacentista? Allí se concibe lo stato como una obra de arte, explica Jakob Burkhardt en su obra excepcional sobre la cultura del Renacimiento. Desde su sonrisa a medias, Maquiavelo es el único artista que nunca dejará la escena. Por eso, nos ofrece una continua lección acerca de las cosas antiguas y una mirada inteligente sobre las cuestiones modernas. He aquí el perfil del gran Nicolás Maquiavelo. ¿Ven ustedes como el personaje es mucho más atractivo que José Luis Rodríguez Zapatero?
BENIGNO PENDÁS, Profesor de Historia de las Ideas Políticas
www.abc.es
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