Bibiana Aído, ministra de Igualdad por la gracia de José Luis Rodríguez Zapatero, me tiene comida la moral. Insiste una y mil veces, en busca de algún contenido con el que llenar el cántaro vacío de su Ministerio, en el diseño de un «nuevo modelo de masculinidad» y uno, hecho ya unos zorros, a punto de echar el bofe y con más agujeros en el cuerpo de los que luce en su pensamiento el presidente del Gobierno, apenas puede mantener con dignidad el modelo viejo, el de toda la vida, el que nos ha servido hasta ahora para, en concordancia hormonal, integrar la otra mitad del género humano y obrar en consecuencia con el todo y con las partes. Con tanto ímpetu cursa el proyecto, tan urgente resulta el diseño de un hombre nuevo capaz de merecer, bien sea, a otro como él o a una mujer de las de toda la vida que, aún no habiendo harina en los graneros gubernamentales y bien patente la mohína que genera su escasez, se ha sacado de donde no hay para dotar con medio millón de euros -mucha tela- a los ayuntamientos que promuevan la creación de un modelo de hombre alternativo (!).
Los viejos romanos, los que mezclaban vino con ajenjo y lo mismo conquistaban la Galia que estructuraban el derecho privado, no supieron renovar su modelo de masculinidad y fueron languideciendo, hasta el final del Imperio, en la mortaja andante de sus túnicas y sus togas. De parecida manera habían caducado los griegos y lo hicieron después los españoles capaces de llegar con la misma espada desde Manila hasta Nápoles o de Flandes al Río de la Plata. Sin hombre alternativo no hay futuro y no lo hubo para Napoleón ni, mucho menos, para la Reina Victoria I del Reino Unido. ¡Cuánto bien hubiera hecho en el pasado una Bibiana Aído que hubiera sabido encontrar las hormas de la masculinidad!
(Esto que señalo más arriba no es fruto de un delirio vacacional, ni de la fiebre, ni de ninguna alucinación química. El Ministerio de Igualdad existe y cursa con cargo al Presupuesto. Entiende que su responsabilidad, entre otras misiones que se nos escapan a los hombres que no somos alternativos y nos sostenemos en el clasicismo del sexo, que no del género, es buscar una nueva masculinidad y eso lo aprueba el Consejo de Ministros, no lo protestan en el Parlamento y las gentes no salen a la calle en ruidosa algarabía para clamar por el retorno del sentido común a nuestra vida pública. Así nos luce el pelo).
M. Martín Ferrand
www.abc.es
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