Sin duda alguna el tiempo viene haciendo de Miguel Delibes, nacido en 1920, el gran novelista de su generación. Ya lo había percibido así la «Historia de la literatura» de Ángel del Río en 1962, quien lo había distinguido junto con Camilo José Cela de todos los demás. Podría decirse incluso que mientras Cela o Carmen Laforet no fueron ganando en las novelas posteriores respecto a lo conseguido en la posguerra, sí ocurrió tal ganancia en la obra de Delibes, quien fue mirado con suspicacia en los momentos del fulgor experimental, pero injustamente, porque Delibes fue modificando mucho su estilo en cada entrega y su obra es un proceso constante de indagación de posibilidades, eso sí, dentro de un universo temático y espacio temporal acotado: el de las ciudades y pueblos castellanos en la posguerra y años sesenta.
Sus dos virtudes mejores puede que sean el dominio de una lengua muy cuidada, con un castellano terso en el que no parece sobrar palabra alguna. Eso y que nunca se le veía atado a las modas pasajeras es lo que le ha propinado una resistencia histórica mayor que a ningún otro de su generación.
Aunque «La sompra del ciprés es alargada» le llevó a ganar el Premio Nadal en 1947, son las dos obras siguientes, «El camino» (1950) y «Diario de un cazador» (1955) donde alcanzó las dos líneas maestras sostenidas luego en otras novelas: un realismo poético que indaga en la psicología de un joven que se abre al mundo de los mayores, y el encuentro con la Naturaleza y el paisaje castellano.
«Cinco horas con Mario»
La novela «Las ratas» (1962) supone respecto a la obra anterior un más radical compromiso crítico de Delibes respecto a las situaciones sociales de la posguerra y se inscribe en el marco del realismo existencial. «Cinco horas con Mario» (1966), una de las más conocidas y celebradas novelas suyas, supuso ya un cambio notable respecto a su anterior narrativa. En primer lugar, de indagación formal, pues afronta el desafío de un largo monólogo de Carmen, la viuda del difunto Mario a quien mientras le vela, espeta reproches y va recordando cuánto desamor e hipocresía hubo en su matrimonio. No ocultó Delibes tampoco una dura crítica a la burguesía provinciana y a las ideas conservadoras de la mujer frente al liberalismo del difunto marido, con lo que asomaba ya otra de las constantes de su obra: las crisis de sus criaturas son hijas de un enfrentamiento supra-individual.
En una órbita completamente distinta se sitúa «Parábola del náufrago» (1969), la obra en que Delibes exhibió unos recursos narrativos más experimentales. Su corte irracional, visiblemente onírico se ha calificado de kafkiano, no en vano supone un homenaje a La metamorfosis, y trata el tema de la alienación que el poder ejerce sobre un pobre individuo como es Genaro Martín, convertido en un perro. Aunque Delibes calificó su obra de sarcástica para con el experimentalismo, que muchas veces parodió, no se alejó de sus obsesiones centrales como novelista.
Junto con «Cinco horas con Mario» hay que atribuir a «Los santos inocentes» (1981), la aceptación popular de este autor, pues ha sido novela con multitud de ediciones y notable versión cinematográfica. Es una novela plenamente característica entre las suyas: en un universo muy cerrado, una finca extremeña en la posguerra, se desenvuelve una acción de caciques y de oprimidos, simbolizados en el personaje principal, Azarías, el subnormal que mata al señorito Iván en venganza por su milana, única ventana al afecto.
El enfrentamiento de señorito/campesino, de las dos Españas, asimismo, y de esclavitud y libertad permite una lectura simbólica de una anécdota por lo demás muy sencilla y de un arcaico mundo desaparecido hoy pero muy elocuente de la España caciquil de posguerra. También tiene un fondo político, esta vez centrado en la crítica, el enfrentamiento entre corte/aldea, en la sátira «El disputado voto del señor Cayo» (1978). Pocos saben que su última novela, la titulada «El hereje», (1998) fue un verdadero best seller. Se trata de la novela histórica que recoge un proceso inquisitorial y su final en el auto de fe contra Cipriano Salcedo. A través de la persecución al círculo protestante vallisoletano Delibes recorrió toda la atmósfera ideológica de la España del siglo XVII.
Miguel Delibes ha sido quizá el más conspicuo heredero de esa estirpe de escritores que funcionan como icono de unos valores en los que una sociedad se reconoce y que confía a quienes los detentan, hasta el punto de poder calificarlos como maestros en ellos. Al verdadero maestro le otorgan tal grado los demás. A medida que se iba conociendo el difícil medio de los escritores españoles, iba creciendo en todos la estima por este castellano humilde y recio que era Delibes. Resulta raro tratándose de escritores, pero la unanimidad en torno a Delibes ha sido total. Todo aquel que era escritor de verdad le respetaba. Ha quedado como el gran señor de la novela española de la segunda mitad del siglo XX.
José María Pozuelo Yvancos
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