El otro día tuve el placer de conocer a Ricardo, un taxista que conduce un vehículo preparado para trasladar a personas con minusvalías y que requieren de un transporte especial. El día en el que le conocí, Ricardo acompañaba a un disidente cubano a una entrevista. Este disidente cubano ( véase «delincuente común» en el diccionario Castellano/Actorazo, Actorazo/Castellano) se ve obligado a moverse en un silla de ruedas por culpa del accidente que sufrió el coche que le llevaba de una cárcel cubana a otra, lugares muy agradables y que le han provocado claustrofobia y miedo a la oscuridad.
A juzgar por la amabilidad, por el cariño y el esmero que gastaba en cada uno de los movimientos que ayudaba a realizar al ex preso de Castro, en un principio pensé que Ricardo era el cuidador habitual de este hombre, que era su amigo y su acompañante de siempre. Descubrimos que era sólo su conductor ocasional porque se ofreció a esperarle donde fuera con el taxímetro apagado y para volver a echarle un cable en el ascensor, donde el disidente cubano pasaba alguna que otra fatiga. «Perdone que se lo diga, Ricardo, pero es Vd. un fenómeno y da gusto con gente así». Hace algunos años tomé la decisión, dado que mi edad ya me permite aceptarme como soy y no pasar más vergüenzas que las justas, de agradecer a las personas todo aquello que se merezcan. Agradecer la amabilidad a los desconocidos. La educación. La paciencia. La cortesía. La simpatía. La atención. Y, en ocasiones, hasta su higiene. Y también hace años que tomé la decisión de no callarme ante los impertinentes, los maleducados y los desganados.
El mismo día en el que la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, trataba de convencer a la Eurocámara y al ejecutivo comunitario de que en España somos unos fenómenos en esto de la violencia de género y Vds. no saben lo bien que se me da inventarme teléfonos para los maltratadores y majaderías similares, llamaba servidora al 016. Llamaba servidora para asesorarse en nombre de una amiga, deshecha de nervios, a cuya hija adolescente atiza un menor. La chiquilla ha aguantado mucho tiempo sin contar ni mú, pero la última agresión la dejó muy tocada.
Llamó servidora pidiendo algo de asesoramiento al tratarse de un menor y fue atendida correctamente por la mujer que descuelga el teléfono en primera instancia y atendida de manera decepcionante por la abogada de guardia. No sólo por las seudosoluciones o pasos a emprender, que imagino tienen un recorrido muy marcado y casi mecánico, sino por la actitud de la voz en la que se espera crezca la esperanza de alguien desesperado. Sé que será un caso aislado, pero no podemos permitirnos ni uno en esto. No da-igual, ya sabe.
María José Navarro
www.larazon.es
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