Dice la prensa que más de un centenar de artistas e intelectuales han firmado una carta en defensa del juez Garzón. José Agustín Goytisolo hablaba siempre de una mítica antología titulada Los cien mejores poetas de Ciudad Real, cosa que siempre recuerdo cuando me encuentro ante las interminables listas de abajofirmantes que aparecen un día sí y otro también. |
¿Existe realmente ese número de artistas e intelectuales, quizás once mil, como las dudosas vírgenes de Jardiel Poncela?
Puedo precisar dos etapas concretas en el largo camino que ha llevado a tal proliferación de supuestos creadores e ilustrados. La primera se inició cuando los partidos comunistas empezaron a hablar, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, de la unidad de "las fuerzas del trabajo y la cultura", lo que derivó en consignas tan hueras como: "Obreros y estudiantes, unidos adelante". La segunda, cuando los periódicos de todo el mundo empezaron a solapar las secciones de Cultura con las de Espectáculos, en los primeros noventa, para llegar finalmente a incluirlo todo bajo el título "Ocio".
¿De qué cultura se hablaba en la consigna staliniana y de qué cultura se habla hoy en la prensa? Indudablemente, no de la alta cultura, de lo que los alemanes llaman Kultur, término diferenciado del de cultura en sentido antropológico. No se referían los comunistas a ese arco excepcional que va de Leonardo a William Faulkner, o de Schliemann a Einstein, o de Montaigne a Coppola —y se ve que es un arco amplio–, sino al montón de creadores de productos artísticos, filosóficos y científicos de la gran red que sostiene el recorrido de los más grandes, muchos de ellos dispuestos a obedecer las consignas del realismo socialista, con los resultados por todos conocidos, incluido el Nobel de Literatura Mijail Sholojov, tan celebrado como denostado fue Boris Pasternak. Y no digamos ya Solzhenitsyn.
Ciertamente, con diversas excusas, sobre todo la de la paz y el terror atómico, consiguieron sumar a su causa piezas de caza mayor, como Bertrand Russell o Linus Pauling. De modo directo, entraron a formar parte del Partido figuras como Picasso o Neruda. Pero el número, que era lo que contaba, las once mil vírgenes eran en su mayoría, como ahora los abajofirmantes, personajes menores, con éxitos fugaces y prestigios que se olvidaban al pasar su poseedor a mejor vida, prestigios en más de una ocasión generados desde el mismo aparato de propaganda organizado por los soviéticos a lo largo y ancho del planeta. Tampoco se referían a la cultura en sentido antropológico, lo que va desde el paso de lo crudo a lo cocido hasta los toros o el fútbol, aunque el uso del término se inclinara más hacia este lado.
La figura del intelectual, en el sentido que adquirió el término en el siglo XX, data de poco más de un siglo: la figura del intelectual comprometido, al parecer sólo con causas de izquierdas –los de derechas no son comprometidos en esa concepción; Revel, por ejemplo, no era un hombre comprometido ni un intelectual, sino un servidor de la patronal: ¡qué soberbia!–, tiene su origen en Émile Zola y su célebre "Yo acuso" sobre el caso Dreyfus, del que se cumplió el centenario en 1998. Casi parodiándolo, se ha iniciado ayer una campaña llamada "Orlando Zapata. Yo acuso al gobierno cubano" –por fin– en la que figuran Ana Belén, Víctor Manuel y Pedro Almodóvar: los abajofirmantes son ya 8.273. (Aviso para el presidente: esta gente tiene olfato y, si saltan del barco es porque se hunde. ¡Hay que ver a cuántas cosas ha sobrevivido Víctor Manuel desde que cantara para el Caudillo! Perdió Willy Toledo). Ésos, que hasta ahora decían que sí a todo, constituyen "las fuerzas de la cultura".
Yo creo que no es así, que la cultura es otra cosa. La pregunta es sencilla: el saber que poseen estos personajes, ¿está más cerca del nivel de Belén Esteban, suma enciclopédica de ignorancias, o del de Gustavo Bueno? Me inclino a considerar seriamente la primera opción, sin afán de ofender a nadie, y mucho menos a Belén Esteban, que sabe lo que sabe y no necesita más para triunfar en la vida, ¿vale? –palabra con la que ella suele cerrar todas sus intervenciones–. Convertir a Ana Belén en "la cultura" es un desatino moratino (tengo el copyright en trámite y mandaré a la Sgae a controlar, porque estoy seguro de que la expresión hará tanta fortuna como lo de cero patatero).
¿Faltan intelectuales en España? Por supuesto que no: hay superproducción, como en cualquier nación que ha sido imperio, y lo contrario es leyenda negra. El problema es que andan en malas compañías. (Y los que no, están solos y aislados; y si tienen suerte alcanzan una cátedra, un buen lugar desde el cual callar). Lo digo porque en este caso han firmado Fernando Savater, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina, Juan Marsé, Álvaro y Mario Vargas Llosa y otros, aunque la prensa titule con Belén, Almodóvar y Víctor Manuel. Ninguno de los mencionados ha cambiado en estos días: sus posiciones respecto del régimen cubano son bien conocidas desde hace mucho, y su presencia en la campaña es natural: lo que no es natural es la de los otros, y menos natural aún que ocupen la cabecera. Que una cosa es cantar poemas de Benedetti (de quien temo que, de estar vivo, hubiese apoyado indeclinablemente a Castro) y otra escribir libros de verdad.
Se trata de una situación invertida: antes era Sartre el que proponía y movía una campaña, y se sumaban a ella Moustaki o Juliette Greco, y así constaba en los periódicos, porque el relevante era Sartre –lo era realmente, más allá de acuerdos o desacuerdos con él–, y todo el mundo lo sabía aunque no hubiese visto en su vida la portada de El ser y la nada. Hoy, el intelectual es una figura degradada, de segundo orden. Vargas Llosa llena la sala más grande de la Casa de América, pero no se basta solo para convocar una manifestación. A veces lo entrevistan en la tele, pero en programas culturales, a altas horas de la noche y en un marco inefablemente fúnebre.
Vea usted, por ejemplo, Pasapalabra, un programa entretenido de saber léxico light. Invitan a personalidades del espectáculo o del deporte, las promueven, las jalean para que acompañen a los concursantes, que habitualmente demuestran saber más que ellos. Pero nunca, repito, nunca, jamás llevan a un escritor; ni tan siquiera a un guionista, si de promover películas se trata: alguien que conozca algunas palabras raras y no tan raras; a veces, el espectáculo es penoso. Como casi todo en ese terreno y pese a los buenos oficios del presentador.
Sin embargo, los que producen y realizan programas forman parte de "las fuerzas de la cultura". Es cierto que a los que llevan programas de bidet –les llaman "del corazón"– tampoco se les ocurre mencionar a Orlando Zapata ni dar jamás una opinión, pero hacen –o deshacen– cultura. Una sola opinión personal pondría en riesgo su empleo, supongo. Eso sí, hacen buenismo con Haití o Chile y, de vez en cuando, emiten algo parecido a "No a la guerra".
Ahora, haga usted sus propias listas de abajofirmantes. Verá lo escaso de la presencia de auténticos creadores, pensadores, científicos.
Horacio Vázquez-Rial
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