La ministra miembra y sus ignorantes secuaces continúan en el empeño de acabar con la llamada violencia de género, y ello ante la frustración de una ciudadanía que ha apreciado paralelamente el éxito de la política gubernamental para rebajar la cifra de muertos en tráfico y el fracaso de la política que se llevó por delante el art. 14 de la Constitución (igualdad de todos ante la ley) sin que el resultado se haya aproximado a lo que pretendían: la delincuencia cero.
No creo en la delincuencia cero. No la hemos conseguido en ninguna materia de verdadera importancia pues el factor humano impide anticiparnos al buen hombre de vida ordenada que un día acaba por matar a su mujer. Y viceversa.
Pero si hay algún extremo en que deberíamos esforzarnos por rebajar la delincuencia hasta acercarnos al cero ése debería ser el asunto de la pederastia, pues quien abusa de un niño no sólo se carga su infancia sino que, probablemente, se está cargando igualmente la vida adulta de su pequeña víctima.
Dos extremos destacan al respecto: la ausencia casi absoluta de mujeres implicadas en tales hechos y, por otro lado, el hecho de que la pederastia organizada, con toda una red de complicidades omisivas, se da en la órbita católica pero no en la de los protestantes. Ahora se alzan voces reclamando que se ponga fin al celibato. No entraré en el asunto.
No sé si el celibato opcional mejoraría la situación pero sí sé que si el goteo continúa, si nos siguen llegando casos, el desprestigio de la religión católica puede quedar asentado de forma definitiva. Si la Iglesia Católica aspira a un mínimo de credibilidad ha de poner fin a estos asuntos de forma inmediata y para siempre. O desaparecer, que no es el caso.
José Muñoz Clares
www.larazon.es
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