segunda-feira, 5 de abril de 2010

La respuesta de los católicos

Hoy en día, en España, y dentro de la cultura que se enseña en los colegios y se transmite en la mayor parte de los medios de comunicación, un sacerdote es o bien un heredero de los curas obreros, casi alternativo en sus maneras, o bien un ser dedicado a justificar la injusticia y propalar la ignorancia. El papel de la Iglesia y del catolicismo en la historia de nuestro país ha quedado reducido a un perpetuo tirón hacia atrás, oscurantista y retrógado. Parecerá esquemático, pero también lo son los tópicos que forman las creencias en las que nos movemos. Sobre esas creencias, firmemente establecidas durante décadas de sistemático lavado de cerebro, llegan las campañas concretas en las que se agita un asunto, campañas que se nutren de ese fondo y lo corroboran, añadiendo nuevos matices y motivos...

La primera que se desató, apenas iniciado el pontificado de Benedicto XVI, fue de orden ideológico. Como el nuevo Papa negaba el relativismo y el nihilismo, llovieron sobre él las acusaciones de integrista… Luego salieron a relucir los abusos sexuales sobre menores cometidos y ocultados en Massachusetts, que ahora han vuelto a primera plana tras lo descubierto en Europa. El asunto viene a coincidir con el quinto aniversario de la elección del Papa. Se trata de una campaña, obviamente, que en cada país tiene sus matices. En España, donde padecemos un anticlericalismo arcaico y virulento, se ha llegado a acusar directamente a la institución y al Papa. Como era de esperar, la Carta a los católicos de Irlanda, tan importante, ha sido utilizada para añadir leña al fuego.

Esto explica la reacción de algunos fieles. Reacción defensiva, y que viene a paliar un poco la sensación de injusticia y el dolor que la actitud de los sacerdotes encausados ha provocado. Ahora bien, en este asunto no valen respuestas que se refugien en la acusación contra los acusadores, ni defensas que apelen a la superior importancia del mensaje evangélico o a la santidad de la institución. Todo eso es cierto, pero también lo es que los abusos sobre menores son una tragedia originada en hechos que nunca debieron ocurrir y que la Iglesia misma, además de la sociedad en su conjunto, tiene la obligación de evitar. Es una tragedia para las víctimas, perfectamente inocentes, es una tragedia para el conjunto de los fieles, que ven a sus pastores caídos en pecados y delitos terribles, y es una tragedia para todos, porque la Iglesia ve mermado su prestigio en momentos particularmente graves, cuando tanta gente la necesita.

Es verdad que hay campañas de agitación y una ideología anticatólica. También lo es, como se ha dicho en Estados Unidos, donde se descubrieron los hechos, que fue la Prensa la que llevó a la Iglesia católica a afrontar la verdad. No hay razón, por tanto, para volver la mirada y, menos aún, para no confiar en que la Iglesia sabrá salir renovada de este espanto, como ha mostrado el propio Benedicto XVI con sus últimos gestos.

José María Marco

www.larazon.es

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