sexta-feira, 12 de março de 2010

Cinco momentos con Miguel Delibes

Imagen de la novela «El hereje», de Miguel Delibes /ABC.


La educación literaria de generaciones enteras de españoles ha pasado por el necesario conocimiento de la obra de Miguel Delibes. Hoy nos ha dejado uno de los escritores españoles más importantes del último siglo, pero permanecen en nuestras retinas imágenes que tanto el cine como la literatura nos han hecho amar su literatura por encima de todo. Es hora de tomar el tren con un único destino: el universo castellano de Miguel Delibes. Empezamos...

1. La sombra del ciprés es alargada (1947)

«Aquella noche me torturaron extrañas pesadillas. Don Mateo y yo éramos los tripulantes únicos del “San Fulgencio”, que navegaba por un mar de sangre. De vez en cuando, peces con rostros humanos brincaban entre ola y ola, riéndose estruendosamente. Las caras de aquellos peces eran desconocidas, pero su número iba aumentando progresivamente hasta que el mar se convirtió en una carcajada siniestra. El señor Lesmes y yo contemplábamos el extraño panorama apoyados en la borda. De pronto uno de los peces pasó rozando nuestras cabezas. Vimos su rostro y don Mateo dio un grito. Era Martina. Pero la niña, transformada en pez, no hizo caso y se zambulló en las aguas rojas sin cesar de reír a grandes carcajadas. Vi entonces, horrorizado, cómo el rostro de mi maestro se metamorfoseaba lentamente en la cabeza de un asno. Y luego, se puso a gritar con acento angustioso llamando locos a los peces. Éstos se multiplicaron y sus risas estridentes nos rozaban cada vez más cerca. Al cabo me di cuenta de que era mi maestro quien se había vuelto loco y tuve que sujetarle para que no se volviese contra mí».
2. Las ratas (1962)

«-Aguarda, Jefe. Ese hombre no pordiosea. Tiene oficio.

-¿Qué hace?

-Caza ratas.

-¿Es eso un oficio? ¿Para que quiere las ratas?

-Las vende.

-¿Y quién compra ratas en tu pueblo?

-La gente. Se las comen.

-Son buenas, Jefe, por éstas. Están buenas con una punta de vinagre y con son más finas que codornices.

Fito Solórzano estalló de pronto:

-¡Eso no lo puedo tolerar! ¡Es un delito contra la Salubridad Pública!

El Justito trataba de aplacarle:

-En la cuenca todos las comen, Jefe. Y si te pones a ver, ¿no comemos conejos?».

Cinco momentos con Miguel Delibes


«Yo recuerdo la pobre mamá que en paz descanse, “el que no llora, no mama”, date cuenta, pero me da rabia contigo, Mario, la verdad, que parece como que se fueran a hundir las esferas por pedir una recomendación, cuando en la vida todo son recomendaciones, unos por otros, de siempre, para eso estamos, que estoy harta de oírla a mamá, “el que tiene padrinos se bautiza”, pero contigo no hay normas, ya se sabe, los requisitos, “soy funcionario y familia numerosa; no tienen salida”, como para fiarse de ti, hijo, que vosotros os agarráis a la ley cuando os conviene, que no queréis daros cuenta de que la ley la aplican unos hombres y no es la ley, que ni siente ni padece, sino a esos hombres a los que hay que cultivar y bailarles un poquito el agua, que eso no deshonra a nadie, adoquín, que te pasas la vida tirando puyas y, luego, porque la ley lo dice ya te piensas que todos de rodillas, y si te niegan el piso, un pleito, recurrir, ya ves qué bonito, contra las autoridades, lo que nos faltaba, que yo no sé en qué mundo vives, hijo de mi alma, que parece como que hubieras caído de la luna».

Cinco momentos con Miguel Delibes


«El señorito Iván, o las piernas del señorito Iván, experimentaron unas convulsiones extrañas, unos espasmos electrizados, como si se arrancaran a bailar por su cuenta y su cuerpo penduleó un rato en el vacío hasta que, al cabo, quedó inmóvil, la barbilla en el alto del pecho, los ojos desorbitados, los brazos desmayados a lo largo del cuerpo».

5. El hereje (1998)

«Pero su atención, sin apenas advertirlo, iba en otra dirección, su débil cerebro se desplazaba hacia Minervina, hacia su airosa figura, decidida, la soga del ronzal en su mano derecha, abriéndose paso entre la multitud. Se recreaba en su gentileza y, al contemplarla, sus ojos cegatosos se llenaban de agua. Sin duda era Minervina la única persona que le quiso en vida, la única que él había querido, cumpliendo el mandato divino de amaos los unos a los otros. Cerró los ojos acunado por el bamboleo del borrico y evocó los momentos cruciales de su convivencia con ella: su calor ante la helada mirada del padre, sus paseos por el Espolón, la galera de Santovenia, la ternura con que velaba sus sueños, su espontánea entrega a su regreso, en la casa de sus tíos. Al ser despedida, Mina desapareció de su vida, se esfumó. De nada valieron sus pesquisas para encontrarla. Y ahora, veinte años después, ella reaparecía misteriosamente para acompañarle en los últimos instantes como un ángel tutelar».

Y pico, Antonio Beneyto, «Censura y política en los escritores españoles» (1975)

Antonio Beneyto pregunta:

«-¿Cree que es posible una libertad de prensa sin una libertad de asociación?».

Y Delibes responde:

«No. Lla libertad no puede ofrecerse a cachos, con cuentagotas. La libertad o invade toda la esfera política o es un camelo. A mi modo de ver, esta experiencia es aplicable a todas las latitudes».

Y pico final, «El disputado voto del señor cayo» (1978)

«El cine o la literatura que no exploran el corazón humano no me interesan. Las artes de laboratorio son pura evasión».


Félix Romeo

www.abc.es

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