¿Cuántas víctimas voy a tener sobre mi conciencia?”, fue la pregunta que se hizo Amparo Medina, presidenta actual de la Red Pro Vida de Ecuador, cuando, siendo militante de grupos de izquierda radical atea y funcionaria del Fondo de Población de las Naciones Unidas, se dio cuenta de que la distribución de condones no solucionaba el problema del contagio del sida y que una amiga que había abortado sufrió el trágico y fortísimo trauma postaborto.
En octubre de 2009 Abby Johnson dejó su puesto como directora de un centro de abortos de la IPPF, en Bryan, Texas, para sumarse a la Coalition for Life. Dos meses antes había visto por el ecógrafo cómo un feto era triturado en el vientre materno.
Todo por la ‘pasta’
Pero la realidad del trauma postaborto que conoció Amparo y la evidencia de la extracción de un bebé desde el seno materno por parte de Abby no fueron lo único.
Amparo Medina también hace alusión a los millones del sexo en una información firmada por Religión en Libertad. “Al vender sexo te venden pornografía, prostitución, anticoncepción, aborto, y hasta bebés abortados, inclusive por internet, para sacarles el colágeno con los que elaboran cremas y champú; también para hacer investigaciones farmacéuticas. Varios médicos se vuelven millonarios. En Estados Unidos se realizan más de un millón de abortos al año y cuestan 300 dólares cada uno. La pastilla de emergencia la compras a 0,25 dólares y la vendes a 8. Los dispositivos intrauterinos (DIU) los puedes encontrar por 2 o 3 dólares y te los ponen por 25 o 30. La International Planned Parenthood Federation (IPPF), la que más vende anticoncepción y aborto en Hispanoamérica, en 2007 ganó 77 millones de dólares”.
Abby Johnson descubrió que en el fondo no era el interés por ayudar a la mujer lo que importaba: “En los últimos meses -dice Johnson- había visto un cambio en las motivaciones del impacto financiero de los abortos […] El dinero no estaba en la prevención, el dinero estaba en el aborto”. Y añade: “Cada reunión que teníamos era ‘no tenemos suficiente dinero, tenemos que mantener esos abortos que vienen’. Es un negocio muy lucrativo y por eso quieren incrementar los números”.
Un ejemplo de que el testimonio de quienes se manifiestan pacíficamente fuera de las clínicas abortistas tiene también sus buenas consecuencias es el Mechelle Hall y Leah Winandy.
El hijo de Mechelle Hall “le debe” la vida a Leah Winandy, una jovencita de 21 años que valientemente se le acercó a Mechelle cuando ésta se dirigía a un abortorio de Minnesota, en noviembre de 2009. Cuando Mechelle vio llegar a Leah, sacó un cuchillo y le dijo que no se acercara. Pese al arma, Leah se aproximó un poco más y le dijo “mira y escucha tu ultrasonido”. Cuando terminó de hablar, tenía el cuchillo puesto en la garganta.
Jorge Enrique Mújica, L.C.
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