Con el terrorismo pasa lo mismo que el poeta Auden decía de los bombardeos de ciudades en la II Guerra Mundial: su dolorosa persistencia hace que, en ocasiones, el rechazo ético se quiebre y se termine pidiendo que termine «como sea». ETA ha buscado y explotado ese recurso después de verse protegida por ciertos sectores del nacionalismo y de la extrema izquierda. De otro modo no se entiende su supervivencia ni el fanatismo con que la banda se parapeta en la barbarie buscando un desistimiento que llaman negociación, un «como sea».
Sin perder su capacidad de matar y de amedrentar, su capacidad operativa se va viendo deteriorada desde que se comprendió que ETA es una hidra criminal en la que todas las funciones de protección y apoyo, y no sólo los pistoleros, son fundamentales para su actividad criminal organizada. No era poco éxito para lo terroristas que aún se mantuviera, en el lado de los demócratas, dos lamentables síndromes. Uno, el de los entomólogos. Otro, el de los porteros. Se trata de un último recurso de lo terrorista porque, sin ellos, resultaría imposible conseguir el «como sea» de la negociación aunque los adversarios, tan pusilánimes como eufemísticos, la llamen «final dialogado». Los afectados por el primero de estos síndromes escudriñan en cada acción y en cada documento un signo, una coma cambiada de sitio como paradigma de la reflexión que se estaría operando. Como decía Unamuno, los empeñados en mirar al microscopio cada milímetro de cerdas de la esfinge terminan por no ver el terrorífico rostro de esta. Los afectados por el segundo, creen ilusoriamente que hay que dejar siempre una puerta abierta, un resquicio en la intransigencia de la persecución a ETA por el Estado de Derecho, para la posible negociación.
Si los nocivos efectos de estos síndromes han servido a la banda más que su limitada capacidad de actuar y huir, convendría enfrentarse seriamente a ellos al tiempo que se detiene a los terroristas para ponerlos a disposición de los jueces. Con el asesinato del brigada de la policía francesa Jean-Serge Nérin hemos constatado de nuevo, dolorosamente, que ETA (y con ella sus secuaces) es la de siempre. Es decir, que en la entraña totalitaria de la banda está la violencia y que no hay en ella resortes internos para lamentar lo hecho en estos últimos cincuenta años y dejar de hacerlo. Debería servir para que la política de no permitir el aire que respiran ETA y los suyos se haga indiscutible y se amplíe con una cooperación internacional como la que presta desde hace tiempo la República francesa y los españoles agradecen.
El hecho de que hasta el pasado martes no haya habido asesinatos durante meses es un reflejo del acoso policial y no, a pesar de algunos entomólogos, de una hipotética reflexión en la banda acerca de un futuro distinto. Es más, la búsqueda de una retórica que de la apariencia de novedosa se topa con la realidad, como hemos visto en la reacción de la Izquierda Abertzale al nuevo asesinato, que es más de lo mismo empezando por la ausencia de condena del crimen y pasando por el vergonzoso calificativo que aplican al asesinato: «fortuito». En definitiva, se «pide» a ETA que acepte un «proceso» que se exige a Francia y España, es decir, se piden a ellos mismos que llamen «política» al hecho imposible de que se les de la razón. Un sarcasmo. Llegan mal, sin duda, al paulatino acercamiento a su destrucción por los Estados de Derecho, que ya no es sólo uno. Y es de esperar que además lleguen tarde. Esta semana se ha visto que los entomólogos enredados en las cerdas de la esfinge no sintonizan con una opinión pública afortunadamente harta de criminales y pusilánimes y que, con toda lógica y razón, sólo quiere que los criminales sean detenidos y juzgados con rigor.
Germán Yanke
www.abc.es
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