Me sumo a los que piden que el brigadier Jean Serge Nérin y su familia sean aceptados en España como víctimas del terrorismo. Sus asesinos son españoles y Francia, al fin, está plenamente integrada en la lucha contra los criminales de la ETA. Pagarán caro y muy pronto su crimen, porque los franceses no tienen nuestros complejos. Un partido político abiertamente partidario del terrorismo y de la independencia no se concibe en otra sociedad que no sea la nuestra. Mucho hemos tenido que esperar. Se acercaron posturas y empezaron a comprendernos y ayudarnos en los primeros años del Gobierno de Aznar. A Mayor Oreja, Rajoy y Acebes se deben los pasos decisivos. Ahora, Sarkozy ha aumentado su presión y su colaboración. Y la ETA está maltrecha y asustada. Los nacionalistas vascos llamados moderados –manda huevos–, del PNV, no quieren la derrota policial de los etarras. Siempre que pueden, y con cualquier motivo aparentemente humanitario, acuden en su socorro. Arzallus lo dejó claro. «No queremos la derrota de la ETA». Mucho tiempo, mucho trabajo, mucho dolor, mucha desesperación y mucha paciencia han sido necesarios para que pasen las nubes de los que pusieron toda suerte de trabas a la libertad en España después del franquismo. La relación de sus nombres no tendría espacio en estas páginas. Pero existió un personaje siniestro, cursi, malvado y despreciable, al que España y los españoles le hemos reservado un lugar preferente en nuestro desprecio. Me refiero a Valéry Giscard D’Estaign, que se comportó con España siendo Presidente de la República Francesa como un contumaz canalla.
Giscard abrió las puertas de Francia a los «refugiados» vascos. Un asesino huido a Francia, se convertía de inmediato en un «refugiado» intocable. En Francia tenía la ETA sus campos de entrenamiento de tiro. En Francia se negociaban a plena luz del día los pagos de los secuestros. La Policía francesatenía órdenes de cerrar los ojos. Por las calles y bares de Hendaya, Biarritz y San Juan de Luz bebían y se paseaban los más miserables asesinos con tranquilidad pasmosa. En Francia existía un grupúsculo terrorista, «Iparretarrak» perfectamente controlado. Cuando el Conde de Barcelona le afeó al ministro del Interior francés su amparo a la ETA y le advirtió de un posible crecimiento del terrorismo vascofrancés, Michel Poniatowsky no se anduvo por las ramas: «Imposible, Señor. Cuando un terrorista de ‘‘Iparretarrak’’ saca los pies del tiesto, acostumbra a ahogarse en una playa de Biarritz». La presidencia de Giscard D’Estaign coincidió con la época más sangrienta de la ETA, y la más eficaz e indiscriminada. Para mí, que Giscard quiso torpedear nuestro cambio hacia la libertad. Hoy ya no pasean los asesinos tranquilamente por las calles del sur de Francia. Hoy ya no beben en los bares fanfarroneando sus crímenes. Hoy saben que las Fuerzas de Seguridad del Estado españolas están ahí, no escondidas, sino colaborando abiertamente con las francesas. Quedan «refugiados», pero empiezan a refugiarse en ellos mismos. Y la ETA busca nuevos territorios para sus sanguinarios fugados. Lejos de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava. Un terrorista en Caracas es menos peligroso que en Hendaya, de la misma manera que un botarate como Chávez es menos peligroso que un gélido y cínico Giscard D’Estaign, el gran canalla, el enemigo de nuestra libertad y nuestra armonía, el que puso alfombra roja –de sangre– a todos los asesinos de la ETA para que cruzaran la frontera.
Hoy vuelvo a amar a Francia. Siempre la he admirado y es hora de decirlo. El canalla es una momia acursilada que ninguna influencia tiene. Demasiadas tragedias para perdonarlo. La peor Francia se derrumba con su invierno vital. Pues que se joda. Vive la France!
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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