En su esforzada defensa de Baltasar Garzón, antes confesor que mártir, el periódico global en español ha sacado del baúl de los recuerdos a quien fue fiscal Anticorrupción durante una buena parte del aznarato, Carlos Jiménez Villarejo. Villarejo es un arriscado de la izquierda y no propone la canonización de la máxima y polémica estrella de la Audiencia Nacional por mera estética; pero ese, sospecho, sería su deseo. Según tan afanado personaje, «la extrema derecha ha sometido al Tribunal Supremo». No seré yo quien se entrometa en los pleitos de la familia judicial, pero el señalamiento de tan noble pregonero debiera espolear al Tribunal para que se comporte cual corresponde al órgano jurisdiccional de más alto rango.
De las declaraciones de Villarejo hay una que sorprende verla en las páginas de un diario y no, como correspondería por la gravedad de su contenido y la especialidad del denunciante, en un juzgado de guardia. Asegura el prócer que «llevamos 25 años en que las asociaciones de jueces y fiscales, conservadoras y progresistas, han celebrado congresos comiendo en la mano de los bancos y cajas de ahorro». ¡Qué desconsideración! La prevaricación que parece señalar Villarejo podría cursar con la cortesía mínima de la mesa, el mantel y, según los casos, el tenedor y la cuchara.
Parece ser que esta temporada, para compensar la cortedad del Gobierno, las machadas se llevan largas. El mismo periódico que alberga las de Villarejo recoge, en sus páginas dedicadas a la cultura, otras de Miguel Bosé que tampoco son mancas. Dice el cantante que «el PP es un molusco con tentáculos como medusas». El surrealismo de nuestro Ramón Gómez de la Serna se queda raquítico ante tan notable imagen literaria de menosprecio a terceros. Puestos al marisqueo, el PP tiene más de crustáceo que de molusco, especialmente si se considera que el percebe es un crustáceo que se crece con el castigo de las olas; pero entender como urticantes los tentáculos que mueve Mariano Rajoy es un exceso que, además, puede significar lo contrario de lo que parece querer decir un personaje tan errático que habla de libertad y se va a Cuba. Ya que el surrealismo es lo suyo, hay que recordarle a Bosé la máxima del que supongo será su gran maestro, André Bretón: «No conviene cargar nuestros pensamientos con el peso de nuestros zapatos». Especialmente cuando se predica una bondad descalza.
M. Martín Ferrand
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