Cada vez que leo que el deterioro de la economía en España puede dar al traste con la paz social, tiemblo. No estamos capacitados para ello. Aquí cambiamos en un minuto de la paz social a la guerra social. Somos, los españoles, la desnuda definición del despropósito. Y por culpa de una Izquierda, tan cínica y tenebrosa como la del pasado siglo, los ánimos andan excesivamente levantados. En el fondo y en la forma, ha sido la dichosa ley, monumental gamberrada, de la «Memoria Histórica» la responsable de la creciente aspereza en nuestra sociedad. La Izquierda más rancia de España no quiere reconocer que fue estalinista. Y se entiende su contumacia en negar y enterrar todos sus vestigios tiránicos, pues de lo contrario perderían el luminoso victimismo de la derrota. Cinco partidos políticos, el PSOE, ERC, Izquierda Unida, Iniciativa para Cataluña –Los Verdes (suena al anuncio de un partido de Balón-Volea), y el Bloque Nacionalista Gallego, se han opuesto a que los niños españoles estudien y analicen la figura de Stalin. El gran criminal georgiano que gobernó con furor en la Unión Soviética durante decenios, tuvo mucho que ver con la Guerra Civil en España. Sucede que su gran aliado español, el que le abrió las puertas de par en par a sus comisarios políticos, sus soldados camuflados en las Brigadas Internacionales y sus miles de agentes distribuidos por toda la zona republicana, fue un socialista radical, Negrín, que le entregó además del culo, el oro del Banco de España. No todo, que algo se desvió por ahí. Stalin tuvo mucho que ver, como recuerda César Vidal, en la matanza de Paracuellos del Jarama y en infinidad de crímenes cometidos por su gente en las retaguardias y checas republicanas. Asesinatos que también sufrieron militantes de otras fuerzas de la Izquierda. Su bagaje, cuando los bigotes de Stalin estuvieron a punto de impedir que pudiera clausurarse su féretro, fue de casi un centenar de millones de personas asesinadas, veinticinco de ellas, en la Unión Soviética. Y no se cuentan las víctimas desaparecidas, fallecidas por las hambrunas o ejecutadas por sus agentes allá donde llegaba su poder omnímodo. Y ese personaje ha sido borrado de la «Memoria Histórica» por cinco partidos que se dicen democráticos, defensores de los Derechos Humanos, recuperadores de la verdad y amantes de la paz. Claro, que días atrás leí que para un tal Alberto San Juan, famoso por su permanente abandono de la desodorancia, «no han existido, ni existen ni existirán las dictaduras de izquierdas». Con gente así, en el año 2010, ya me dirán lo que podría suceder en España si se quebrara la paz social.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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