Miguel Delibes, paseando por los alrededores de su casa de Sedano, en Burgos.
La Castilla rural que nos muestra Miguel Delibes en sus novelas tiende a desaparecer. Sus personajes han dejado de existir o ya son muy mayores, y el léxico se va perdiendo. Cuando Delibes escribió «El camino», en 1950, en la Castilla de entonces se enjaretaba a los machos para la fiesta, se pescaban cangrejos de río con araña o retel y se cogían lecherines para los conejos. Más de medio siglo después los hombres y mujeres de la Castilla rural usan muchas veces el coche cuando van a la ermita de su pueblo, el cangrejo americano ha hecho desaparecer al español a fuerza de repoblación y a los conejos se les da pienso compuesto ya preparado. Delibes reflejó perfectamente los modos de hablar, de hacer y de ser de los castellanos. Sabía, y así nos lo dejó escrito en «Un mundo que agoniza», que al hombre se le estaba arrebatando la pureza del agua y del aire pero también que se le estaba amputando el lenguaje.
Lo que Miguel Delibes refleja en sus novelas es todo un discurso popular-rural que ha venido latiendo en Castilla durante los últimos siglos. Discurso que no sólo abarca los términos empleados por sus hablantes, sino también las expresiones y el carácter castellano a través de los personajes de sus novelas. Su narrativa se nutre también de otros discursos como el de términos marineros (ochenta y seis en todas sus novelas) o el de palabras de origen hispanoamericano (cuarenta y seis) o francés.
El centro de su novelística es, sin embargo, el discurso popular-rural castellano. Delibes nos enriquece y deleita en las páginas de sus libros con más de mil refranes, dichos, expresiones, sentencias, locuciones y comparaciones, que dan sazón y sustancia a sus novelas en el momento adecuado. Las hay de caza: a espetaperro, a cascaporrillo, a bocajarro, a quemarropa; religiosas: ¡Alabado sea el Señor!, a la buena de Dios, como Dios manda... Y también se perciben las esencias de lo popular-rural en muchos de sus personajes; son seres únicos, irrepetibles, pero también tipos que se dieron con frecuencia en la Castilla rural.
La riqueza de términos de tipo popular-rural en sus novelas es evidente. Delibes consiguió recoger las voces y expresiones que fue escuchando durante décadas por pueblos como Villafuerte, Castrillo Tejeriego, Quintanilla de Onésimo, Peñafiel, etcétera. Rastreando página a página las novelas de Delibes he encontrado 1.469 términos específicamente populares-rurales que forman parte de su discurso narrativo. La mayoría de ellos (1.040) aparece con su significado preciso en el Diccionario de la RAE, pero hay 329 que no.
Al clasificar estas palabras en los distintos aspectos que conforman lo popular-rural he comprobado, por ejemplo, que Delibes es más aficionado a la caza que a la pesca. De caza se encuentran en sus novelas 122 términos. De pesca sólo 39. Delibes es, además, hombre de caza menor: la perdiz, la liebre y el conejo son los animales más nombrados. Ha conocido perfectamente el modo de actuar de estos animales y nos cuenta que mientras la perdiz «apeona» antes de echar a volar, la liebre se «amona» en la cama y el conejo «embarda» en el vivar.
Las referencias a la pesca son menores. Centra sus comentarios en dos animales: la trucha y el cangrejo. Delibes llevaba «mosco», «plumas de lomo» y «tasajo» entre otros utensilios y su conocimiento de este deporte le hace diferenciar en sus novelas entre aguas corrientes de los ríos (cachón, cadozo, ejarbe, escorrentía...) y aguas estancadas (represa, restaño, estiaje, lavajo...).
En sus salidas al campo, se ha encontrado con multitud de plantas y animales. Al tomar sólo las plantas más claramente rurales, desechando las que conoce todo el mundo, he llegado a tomar nota de 92 a lo largo de su narrativa. De ellas hay 19 árboles, algunos empleados tanto en masculino como en femenino.
En cuanto a los animales tuve que subdividir la clasificación en dos: aves (91) y el resto (53). Así comprobé que el amor y conocimiento de Delibes hacia los pájaros se ve reflejado en sus novelas. Conocidos son sus intentos, con suerte dispar, de introducir en el Diccionario de la RAE algunos nombres de pajaritos. Hay que destacar también el rigor con el que Delibes refleja lo que fueron las ratas de agua para muchas familias castellanas. Es inolvidable la frase en la que el tío Ratero cuenta el placer que le produce comerse un par de ratas fritas con un chorro de vinagre, pan y un vaso de clarete.
La última división que he realizado de este léxico popular-rural se refiere a los aperos de labranza y las faenas del campo. Nombra Delibes 113 términos de objetos y modos de trabajar el campo que conoció (casi todos) en su infancia y juventud. Desde el pan lechuguino que se llevaban los labradores al campo, hasta los distintos nombres de las tierras: alfalfar, barbecho, bacillar, majuelo...
Hay muchos términos referidos a las labores agrícolas que son citados por Delibes y que hoy la gente ya no conoce. Se dan casos como el del trillo, que ha pasado de ser uno de los aperos más comunes por estos pueblos a mueble decorativo en salones y bodegas. Me he encontrado en algunas ocasiones con términos que son empleados por Delibes de un modo muy particular. El verbo «carear» significa «pacer o pastar el ganado cuando va de camino» y, sin embargo, Delibes lo emplea para un muchacho del que dice que tiene los remolones de la cabeza careados.
Sobre la gente del campo castellano siempre se cierne la preocupación de la meteorología. Dice Delibes que el cielo es tan alto en Castilla porque los labradores lo han levantado de tanto mirarlo. Y llega a nombrar en sus novelas 28 accidentes meteorológicos. Por ejemplo, distintos tipos de lluvia fina como el «calabobos», las «aguarradillas» de abril o las «asperezas». Las nubes pueden ser «nublados» que traigan «piedra». El sol quizá se quede en «resolillo» o llegue a «solisombra» y el cielo un día estará «entoldado» y otro «enrasará».
Jorge Uridales - Madrid
www.abc.es
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