En febrero de 1995, cuando fue detenido en aquella rocambolesca operación del capitán Khan y sus anacletos tailandeses en el aeropuerto de Bangkok -escenario, personajes y aventura propios de una novela del detective Carvalho-, la fortuna amasada por Luis Roldán Ibáñez en una década de cohechos y mordidas ascendía al equivalente aproximado de diez millones de euros. Entre embargos, subastas y otras providencias, la justicia ha recuperado en los últimos quince años poco más de un millón y medio. Cuando hoy firme su libertad definitiva, tras cumplir la mitad de su condena oficial, el icono de la corrupción felipista será un pobre hombre rico que ha saldado -en el sentido literal, porque le han rebajado la pena-su deuda sin devolver el dinero.
Quiere la casualidad que Roldán sea ahora vecino de una ciudad, Zaragoza, cuyo alcalde actual fue el ministro que lo mandó detener en la bochornosa componenda de los papeles de Laos. En aquel tiempo Belloch soñaba con heredar a un González que no estaba dispuesto a dejarse suceder por nadie que no fuese él mismo. Engañó a Belloch, a Garzón y a media España, pero no pudo evitar que el hombre de los calzoncillos de lunares pusiese en jaque la honorabilidad del Estado. Roldán fue el símbolo de una época infame de venalidad pública y degradación política que convirtió a España en una cleptocracia cuyos tribunos más conspicuos formaban una banda de ladrones de cuello blanco. Nadie puede decir que tres lustros de cárcel sean un castigo leve, pero la evidencia del dinero oculto impregna su liberación del amargo aroma de un fracaso de la justicia.
Porque no sólo ha quedado sin aflorar el botín afanado en diez años de corruptelas. El ya ex convicto ha sido también un eficaz cortafuegos de silencio en torno a las tramas sombrías de aquella época turbia en que la podredumbre circulaba a caño libre por las tuberías de la razón de Estado. Resulta imposible desvincular esa terca opacidad, ese hermético blindaje de secretos, con el hecho contrastado y fehaciente de que los frutos del pillaje siguen en un limbo fiduciario. La clase de lazos invisibles que pueden unir el paradero ignoto de la rapiña con el impenetrable mutismo del condenado queda al albur de la imaginación, pero no es menester tenerla muy desmesurada para hacer conjeturas de una verosimilitud inquietante.
Ha llovido tanto desde aquel escándalo que la reaparición de su protagonista parece el descubrimiento de un remoto sustrato de la arqueología política. Roldán mantiene aún una popularidad seductora, un tirón mediático que está a medio camino entre la indignación por su relativa impunidad y la fascinación por su descaro delictivo. Pero más allá de eso, su libertad recobrada retrotrae las incógnitas de un tiempo mal resuelto cuyas claves acaso guarde en un arcano tan desconocido como el de su riqueza ilícita.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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