Aparte del aspecto comercial que tiene el Día del Padre, está su aspecto social, no menos importante, aunque no tan explorado. La figura del padre ha venido devaluándose durante las últimas décadas, mientras que la de la madre se engrandecía. Aunque sin duda ha tenido que ver con ello el movimiento feminista en pro de una igualdad de sobra merecida, menos duda hay aún de todo el homenaje que se rinda a la madre será poco, al no haber trabajo, sacrificio ni amor comparable al suyo, hasta el punto de poder decirse que es el suyo el único amor verdadero, por ser el único que da sin pedir nada a cambio.
Pero el ensalzamiento de la madre no tiene por qué hacerse a costa del padre, como viene ocurriendo a impulsos de la ola que cuestiona el principio de autoridad en todos los ámbitos, empezando por el familiar. El padre tradicional, estricto, distante, severo, deja paso al padre comprensivo e indulgente, que en teoría es mejor, pero que llevado a su extremo puede resultar peor, si el hijo toma esa indulgencia como desinterés, lo que le incitará a un comportamiento cada vez más indisciplinado para llamar la atención de su progenitor. Al menos eso es lo que dicen los últimos estudios sobre la «educación permisiva». Y lo que ya rechaza por completo es la moda de que el padre sea un «amigo» de su hijo. Puede que al padre le halague, por aquello de que le rejuvenece. Pero al chico no le sienta nada bien. El niño tiene todos los amigos que quiera, en la escuela, en la calle, en las actividades deportivas que practique. Pero padre tiene sólo uno, en el que buscará refugio en los momentos verdaderamente difíciles, aquellos en los que los amigos poco pueden hacer, mientras los padres, por experiencia, recursos y cariño, pueden hacer mucho.
El sociólogo y senador neoyorquino Daniel P. Moyniham se hizo famoso, allá por la mitad del siglo pasado, por su estudio sobre la desintegración de las familias negras en los guetos de las ciudades norteamericanas, donde constató que su mayor problema era la falta del padre en buena parte de ellas, al estar llevadas por madre solteras o abandonadas. Y todo el amor de esas madres no era bastante para suplir la figura del padre, por lo que tiene de referencia para los hijos varones, ya que las hijas se rigen según otros condicionamientos. Pero que esos niños sin padre crecían con menor tendencia al esfuerzo y mayor proclividad a no respetar las normas de convivencia resultaba evidente en los gráficos del estudio de Moynihan. Lo que no quiere decir que no haya madres con tanta o más capacidad de educar correctamente a sus hijos que muchos hombres, sobre todo de hoy.
El padre, en fin, merece, como la madre, que se le dedique no un día, sino todos los días del año. Desgraciadamente, no nos damos cuenta de ello hasta que nos faltan.
José María Carrascal
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