Hay un poema de Jaime Gil de Biedma, titulado «En el nombre de hoy», que nos sirve para explicar el mecanismo psicológico de la mala conciencia. En aquel poema, Gil de Biedma se dirigía sarcásticamente a quienes, como él, disfrutando de las ventajas de una posición acomodada (a la que no estaban dispuestos a renunciar), se permitían sin embargo el lujo de profesar unas ideas inconciliables con su vida: «A vosotros, pecadores / como yo, que me avergüenzo / de los palos que no me han dado, / señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social, / dedico también un recuerdo». Esta «vergüenza de los palos que no les han dado» explica la conducta paradójica de muchos «señoritos de nacimiento» que no tuvieron valor para renunciar a una vida regalada, que no tuvieron redaños para romper los lazos con una familia beneficiada por el régimen franquista, que no tuvieron la gallardía de abominar de las ventajas que les proporcionaba su posición social; y que, para acallar su negra conciencia, participaron entonces en cuatro algaradas universitarias o se afiliaron el Partido Comunista, resolviendo de este modo hipócrita el conflicto insalvable que manchaba sus vidas. Hoy, muchos de estos «señoritos de nacimiento» ocupan ministerios, o se han erigido en escritores oficiales y pontífices intelectuales del Mátrix progre; y todo lo que hacen y dicen está dictado por el más aciago de los rencores, que es el rencor que uno siente hacia sí mismo, el rencor de quien no puede mirarse cada mañana ante el espejo sin recordar lo que -por cobardía o mera comodidad- fue en el pasado. Y como ese rencor hacia uno mismo no tiene cura, quienes lo padecen lo repercuten en el pasado que los delata, en un intento desesperado de «reconfigurarlo» a su medida, hasta inventar e imponer por decreto un pasado que nunca existió.
Este mecanismo psicológico, que en otro tiempo impulsó tantas afiliaciones al Partido Comunista entre chicos de buena familia, es el mismo que hoy impulsa a muchos -usemos la terminología de Gil de Biedma- «señoritos de nacimiento» a afiliarse a oenegés (¡y también a fundarlas!) con las que se proponen combatir la miseria del mundo mundial, mientras siguen disfrutando de los pingües beneficios de su vida regalada; y hasta dedican, por mala conciencia, una parte de sus vacaciones a hacer turismo solidario, apuntándose a una caravana que reparte viandas, aspirinas o condones por los andurriales del atlas, al estilo de aquella caravana de Bienvenido, míster Marshall, que dejaba tras de sí a una multitud de atónitos palurdos, lamiéndose las llagas del chasco. Uno entiende que la gente resuelva sus traumas psicológicos como mejor pueda; y, aunque el turismo solidario le repugne, también comprende que el «señorito de nacimiento», para poder mirarse sin vergüenza ante el espejo cada mañana, necesite demostrar su inmenso amor a la Humanidad participando de estas expansiones que acallan su mala conciencia. Lo que uno no logra entender -aunque de veras lo intenta- es que el «señorito de nacimiento» que participa de tales expansiones no apechugue con las consecuencias de sus actos, cuando previamente se le ha advertido que no debe frecuentar ciertos andurriales del atlas infestados de terroristas de Al Qaida; y mucho menos que el Estado apechugue con su irresponsabilidad, sufragando con dinero del erario público el rescate de los turistas secuestrados, o propiciando su canje por terroristas encarcelados.
Dinero y terroristas con los que -como a nadie se le escapa- Al Qaida podrá seguir perpetrando sus crímenes. Una cosa es que cada cual expíe su mala conciencia por los palos que no le han dado como le pete; y otra muy distinta es que esos palos los cobremos los demás en nuestras costillas.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
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