Los instintos arcaicos de la derecha extrema aparecen y desaparecen como el flujo y reflujo de una marea de aguas turbias. Es algo que pervive en el lado oscuro del corazón de la vieja Europa y que asoma su rostro bifronte para crecerse en la ambigüedad y en la confusión. En las elecciones presidenciales que ganó, Sarkozy absorbió mucho voto de Le Pen, pero con las elecciones generales que ha ganado la izquierda el voto de castigo ha vuelto a la extrema derecha. Se verá lo que ocurre en la segunda vuelta del domingo. Lo cierto es que las encuestas dan a François Fillon, primer ministro, como mejor candidato que Sarkozy a las próximas presidenciales. Por el momento, los Le Pen -padre e hija- se relamen. La recesión cuesta muchos votos. Con las crisis, política y economía se convierten en una misma cosa.
En el Parlamento Europeo, los conservadores británicos se han aliado con grupos de notorio claroscuro. Por ejemplo, el partido letón Patria y Libertad que acaba de organizar un desfile que se interpreta como homenaje a la Legión Letona de las SS. Nada más lejos de los «tories» que la nostalgia nazi pero lo menos que puede decirse es que la eurocámara hace extraños compañeros de cama. Bastante tienen ya los conservadores británicos con un euroescepticismo cada vez más visceral y menos racional. Se les veía con ventaja por delante del laborismo pero ahora van perdiendo puntos. No hace falta ser un euroentusiasta para identificar en ese euroescepticismo arcaizante un elemento de autodestrucción. Como viene subrayando el «Financial Times», les beneficiaría a los «tories» enfatizar el europragmatismo, no vaya a ser que Gordon les gane la partida. Además, allí la derecha extrema tuvo ya dos euroescaños.
Europragmatismo, eurorealismo: a todos vendría bien, y ciertamente al gobierno de Rodríguez Zapatero. En España, más allá de unos brotes color ceniza a la derecha de la derecha, lo que hay son los tanteos que ha hecho Anglada, líder de las candidaturas municipales anti-inmigración en Cataluña, para coordinar una plataforma de cara a las elecciones autonómicas. Su éxito repercutiría muy posiblemente en las elecciones municipales de 2011. En ese caso, el populismo antipolítico se suma al rechazo a la inmigración, como se ha visto en la zona de Vic. Eso es parte de la Europa del colesterol que envejece y no tiene niños, que encabeza el «ranking» del relativismo.
En Holanda, el partido de Geert Wilders tuvo unos resultados notables en las municipales, después de lo mismo en las europeas del pasado junio. Extrapolados a nivel nacional, hacen de Wilders un factor determinante. Es el populismo contra el resultado de una política de inmigración demasiado laxa. De otro lado, algunos analistas prevén que, en el futuro, Wilders se vaya reubicando hacia el centro. Eso sería llegar a la política a través de la antipolítica. No es un trayecto virgen, como sabe la Alianza Nacional en Italia.
En fin, la extrema derecha podría ganar espacio en las elecciones generales que se preparan en Hungría, Polonia y Eslovaquia. Ese avance ya comenzó en toda la Europa central. También en Rumanía y Bulgaria, en Dinamarca y en Finlandia, en Austria o en Letonia. La recesión incrementa el temor a la globalización. Las partitocracias tienen poco de seductoras. Esos dos grandes estabilizadores europeos que son el centro-derecha y el centro-izquierda necesitan hoy refrescar su lenguaje, transparentar, reconocerse en las personas, para que de la nueva y vieja Europa sean ahuyentados los demonios y las sombras.
Valentí Puig
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