FARIÑAS, acuérdense de ese hombre. Acuérdense de ese nombre. Guillermo Fariñas. Acuérdense de otro hombre, de otro nombre que era el de Orlando Zapata. Dos hombres unidos en la dignidad y el coraje, en su respeto a sí mismos. Sólo los separa un hecho tan simple que es que uno está aun vivo y el otro muerto. Por Zapata ya sólo podemos hacer luto y mostrar nuestra ira. No olvidarle jamás y tenerlo presente como una carga más contra el régimen criminal de La Habana. Por el otro, por Fariñas, sí se pueden hacer cosas. Para salvarle la vida. Para evitar que se convierta en la enésima víctima de esa tropa totalitaria que es el régimen cubano y sus cómplices por aquí, allá y acullá. Si muere Fariñas yo tengo muy claro hacia donde dirigiré mi ira, mi indignación sin límites y mi desprecio. Hacia el régimen de los Castro por supuesto. Hacia toda esa banda de miserables que han hecho de la sociedad más próspera de nuestra América hispana una cárcel de indigentes. Que han convertido un país de inmensas posibilidades en una cochambre de hambre, precariedad, dolor y miedo.
Pero también les aseguro que, si muere Fariñas, verteré todo ese mismo desprecio sobre los gobernantes de nuestro país, un Gobierno legítimamente elegido. Pero que ha demostrado ser igual de despreciable en su trato hacia los hombres y las mujeres que en Cuba, nuestra joya de la corona, defienden los principios de la libertad y la dignidad. La miseria moral demostrada durante los últimos seis años por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero hacia nuestros hermanos cubanos es un escándalo tan terrible y obsceno que nadie que haya votado a los responsables puede sentirse libre de culpa. Si Fariñas muere es porque España abandonó a la gente decente de Cuba para proteger a los criminales. Porque el Estado español se puso del lado de los carceleros y se dedicó a ser su abogado defensor por todas las esquinas del mundo. Porque el izquierdismo más cutre y rancio, la ideología más necia y reaccionaria hizo que el Gobierno de nuestra patria se alejara y despreciara a las víctimas y siempre abrazara, diera protección, dinero y aliento a los verdugos.
Produce auténtico vértigo tener un gobierno electo por la mayoría que desprecia de tal manera todos los principios propios de la democracia que lo llevó al poder. Ya no se trata siquiera de las responsabilidades suyas en el hundimiento de su propio país, del deterioro vertiginoso de la calidad de vida, de la prosperidad y libertad de sus propios conciudadanos. Aquí se trata de una opción ética de inmenso calado que sólo demuestra o nos hace sospechar de los intolerables límites que ellos consideran justificables para mantener el poder. Límites más allá de lo que cualquier persona digna, justa y razonable puede imaginar.
La perfecta indolencia de nuestro Gobierno ante la tragedia cubana sólo puede compararse a la miserable complicidad de tantos de sus paniaguados sicarios con esa basura moral que tan bien simbolizan los rostros del Fidel y del Che Guevara. Esos ídolos de lo peor que tanto se han cultivado en la sociedad española. Esos iconos del crimen que aquí jalean desde los estamentos oficiales y desde la tropilla que alimenta esa supuesta hegemonía moral de la izquierda que tan nefastos resultados ha tenido en Hispanoamérica, en Europa y el mundo en general. Millones de muertos en todo el mundo atestiguan el legado de esa perversión ideológica que priva a los individuos de su libertad y convierte al Estado en una máquina de intimidación, represión y muerte. Si nuestros gobernantes tienen tanta simpatía por los asesinos del régimen cubano nadie puede garantizarnos que, llegado el momento de necesidad, se decidieran por recurrir a los mismos métodos. Píenselo todos. Por eso estoy convencido de que nuestra suerte y la de Fariñas están tan íntimamente unidas como tanto tiempo lo estuvo la de los españoles de la península y ultramar, y especialmente con esa querida isla. Los miserables que defienden allí lo indefendible pueden acabar defendiéndolo aquí. Tomen nota.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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