Hubo un tiempo en que los escritores, más allá de la lengua, se reconocían. Racionado el sustento de la libertad, Barcelona llevaba el timón de la edición española. El 13 de febrero de 1948 Miguel Delibes, joven redactor de «El Norte de Castilla», ha ganado el Nadal con «La sombra del ciprés es alargada» y entra en contacto con Josep Vergés.
La correspondencia con el editor se prolongaría hasta los años ochenta. Las cuestiones utilitarias —originales, derechos de autor— se codean con el modus operandi de obras maestras como «Cinco horas con Mario», que Vergés califica de «pequeña pieza maestra de observación psicológica femenina». Entre escritor y editor, la ironía de Josep Pla, columna maestra del semanario «Destino», donde Delibes colabora y comparte zarpazos censores. En 1956, Vergés le pide un artículo navideño: «Una cosa que fuera profundamente ligada a tu tierra, a esa Castilla tan maltratada por nuestros viajantes de comercio y nuestros falangistas».
La colección Áncora y Delfín es Delibes: cinco volúmenes de Obras Completas. En 1976, Pla abandona un semanario «Destino» que Vergés no controla por haber criticado la revolución portuguesa. Delibes se siente anonadado: «¿Dónde están los liberales? ¿Puede hacerse esto con un hombre que lleva cuarenta años en una revista? Las cosas están mal. La represión de 40 años aflora y hay una violencia y un odio en las actitudes que me produce una profunda desazón».
Vergés hace balance: «Yo también creo que esto está mal, pero poca cosa podemos hacer nosotros que estamos ya arrinconados. Nos habrá tocado vivir la peor y más estúpida de las épocas. De jóvenes nos metieron sin consultarnos en la Guerra Civil y, luego, los que hemos pretendido seguir siendo románticamente liberales, los cuarenta años de franquismo nos habrán servido para recoger toda clase de vejaciones».
Aquella relación epistolar, reconocerá Delibes, iba más allá de la discusión crematística «entre un rácano editor catalán y un rácano escritor castellano cargados de hijos». Eran «dos hombres de buena voluntad unidos por el afecto antes que por los intereses y llamados a sostener una fraternidad vitalicia».
En febrero del 76, a la muerte de Ángeles, Delibes confiesa al editor de su vida que le resulta imposible escribir: «He vuelto a ser el hombre huraño y retraído que fui de niño, antes de conocerla… ¿Quién me iba a decir cuando escribía “La sombra del ciprés” que estaba anticipando mi biografía?»
Sergi Doria
www.abc.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário