segunda-feira, 8 de março de 2010

ETA en el exilio

Siempre que voy a Montevideo paso por un restaurante vasco, a un tiro de piedra de nuestra embajada, propiedad de unos etarras que no disimulan para nada su condición. No sé si hay cargos judiciales contra los cocineros de «La Trainera», aunque yo los metería en la cárcel por lo desprolijos que son. Pero ya se sabe, después de comer tanta carne en el Río de la Plata, te apetece mucho un marmitako. La última vez que fui me acompañaba un médico que al explicarle la situación se puso de pie y entonó «El cara a sol», no por ser fascista, sino por gamberro. Nos miraron con odio africano y se vengaron sirviéndonos cocotxas frías. Yo me marché rojo de ira antes de los postres. Cuando Felipe González rompió muy irritado las conversaciones de Argel, envió un avión militar para recoger a Antxón, a su novia, Belén González Peñalva, y a Suárez Gamboa, todos ellos judiciables, con rumbo a la República Dominicana. No sé cómo Garzón se enteró, pero en una de las suyas libró rápidamente un oficio para que el aparato aterrizara en suelo español. El ministro del Interior de la época lloró al juez para que interfiriera el «vuelo de los matarifes». Hoy, la crisis hispano-venezolana se debe a un «gorila» como Chávez, que le gusta el rojo más que a un toro de lidia, y a lo errático de la diplomacia española del momento. Por toda Iberoamérica me he cansado de explicar que ETA no son los arqueros de Sherwood y sí una banda de crueldad infinita que siempre ha intentado desestabilizar la democracia española. Ni me creían cuando me afanaba en explicarles que el pueblo vasco elige sus propias instituciones. No tenemos política de información en América y con Chávez o sin él seguiremos haciendo el pavo y comiendo cocotxas frías a precio de extorsión.

Martín Prieto

www.larazon.es

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