Sería interesante conocer la opinión que merece al ministro de Educación, Ángel Gabilondo, la propuesta de su compañera de Gobierno Bibiana Aído de incorporar el feminismo como asignatura troncal de las carreras universitarias. Según Aído, «es el momento en que la igualdad, los estudios de género y la tradición intelectual histórica del feminismo tienen que ocupar un lugar en la formación troncal de nuestros estudiantes». Estas palabras, además de revelar un profundo desconocimiento de lo que significan los planes de estudios universitarios y el concepto de troncalidad -aunque nada impediría, al calor de Bolonia, crear un grado universitario de estudios feministas-, podrían provocar una primera reacción de buen humor y despacharlas como la enésima ocurrencia de la titular de un departamento con poco trabajo. El problema es que Bibiana Aído es ministra del Gobierno de España y tiene acceso al Boletín Oficial del Estado. Por tanto, sí merece una cierta preocupación tal propuesta, porque supone el acceso de ideas de escasa seriedad al máximo órgano de dirección política del país. El feminismo es una ideología, no un capítulo de las Ciencias Sociales o Jurídicas que deba ser objeto de transmisión a los estudiantes, y menos aún para su formación intelectual. La perversión de principios de este planteamiento reside precisamente en asociar el feminismo con la igualdad y con el progreso de la mujer para convertirlo en dogma cívico. Es un razonamiento similar al que guió al Gobierno socialista para insertar la Educación para la Ciudadanía en la formación de los niños y jóvenes o para proponer la inclusión de las técnicas abortivas en los estudios de las ciencias sanitarias.
El Gobierno no ceja en su dirigismo moral sobre la sociedad, aunque sea a través de ideas tan burdas pero tan reveladoras como la de la asignatura universitaria de feminismo. Es parte de esa «agenda social» del Ejecutivo socialista de inocular en la sociedad, a través del sistema educativo, una ideología sedicente progresista que dé carta de naturaleza a los tópicos de manual sobre género, igualitarismo -la igualdad es otra cosa-, familia, matrimonio y otros valores similares. La crisis de la igualdad entre hombre y mujer no la resuelve el feminismo, sino la igualdad de oportunidades. Y después de seis años de discursos feministas repetitivos, la brecha salarial entre hombres y mujeres persiste y hay más mujeres en el paro. Esto es lo que debería importar, y no gestos vacíos para justificar un ministerio que sobra.
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